Ayer se perpetró, una vez más y con la anuencia de quienes pudieron y debieron impedirlo, un grotesco y repugnante intento de ofender a la Guardia Civil. No ofende quien quiere, sino quién puede. ¿Cómo van a ofender unos tipos cuyas vileza y cobardía son equiparables a las de los etarras?
El vicepresidente segundo del gobierno se molesta si le llaman rata chepuda, pero luego su comportamiento es similar al que se representa metafóricamente con el repugnante roedor. Ojalá no fuera así, mi deseo sería que su comportamiento fuera digno del cargo que ostenta. Pero ocurre que su vivienda está fuertemente custodiada por la Guardia Civil y, no obstante, él otorga su apoyo a los autores de la abyecta y gallinácea agresión a los dos guardias civiles y sus novias, que indefensos y confiados, disfrutaban de su tiempo de ocio en ese que ha demostrado ser un pueblo maldito y al que conviene no ir. El vicepresidente segundo, una vez más, no ha sabido estar a la altura de su cargo, porque no ha salido a defender a quienes protegen su casa y han sido objeto de agresión por parte de unos miserables.
En la presidencia del gobierno hay otro del que tampoco cabe esperar nada. Me basta con recordar su rostro para no poder contener la risa. Recuerdo un artículo muy antiguo de Soledad Puértolas en El Semanal en el que contaba que ciertos internos de un hospital de Estados Unidos, cuya enfermedad consistía en que no entendían bien las palabras, pero sabían interpretar la intención de quien habla por la expresión del rostro, rompieron a reír cuando asistían por televisión al discurso que un candidato a la presidencia de la nación daba en tono solemne. Estaba engañando al auditorio. Lo mismo pasa, una y otra vez, con este tipo que no es candidato a la presidencia del gobierno de España, sino que es el presidente. Lo que le molesta en grado sumo es la dignidad. Puesto que la Guardia Civil la tiene, no le importa que la intenten pisotear, quizá hasta lo agradezca.
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