Los grandes criminales, como Carcaño, como Otegui, tienden a relativizar el daño causado, a nutrirse de coartadas y excusas, a quitar importancia a sus actos miserables.
Y es que, del mismo modo que el cuerpo humano sirve de límite a las posibilidades de su dueño, con la psique ocurre lo mismo. Es ampliamente sabido que la función del cerebro no es enseñarle a su dueño la verdad, sino ayudarle a sobrevivir. La verdad interesa muy poco a un criminal como Carcaño, como Ternera, como Bretón, como Otegui.
De ahí que la Biblia, que tiene muchos puntos geniales, diga que la verdad os hará libres. Los citados anteriormente no pueden ser libres. La verdad hay que buscarla de forma consciente y voluntaria. Hay que poner voluntad en ello. Esos no lo pueden hacer. Necesitan la mentira para que la vida les resulte soportable. No es envidiable la vida que llevan.
En el otro lado están las víctimas. Por más que se esfuercen en olvidar, los detalles de las felonías de que fueron objeto permanecen firmemente grabados en sus memorias. Aunque no tengan ninguna intención de vengarse, aunque deseen perdonar a sus verdugos, los hechos no se borran de su memoria. Otegui debe saber que Rupérez no puede olvidar, y quizá haya cometido más fechorías de las que se le conocen. De ahí que su risa siempre suene a cínica, no se la pueda asociar más que con la de un ser malvado hasta la exageración. Otegui es malvado y lo saben todos menos él, que trata de convencerse de que no lo es.
Todos los malvados del mundo, todos los que han hecho mal a alguien y no se han arrepentido jamás, ni han hecho nada por reparar el daño causado, deberían ser conscientes de que en la memoria de sus víctimas constan como canallas, como seres desalmados.
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