No
presumirá Esperanza Aguirre de esto. Más bien, preferirá que no se
dé importancia al caso y que nadie investigue lo sucedido.
Se
declaró un incendio en la cubierta del edificio, en el que trabajan
alrededor de 700 personas. No es descabellado pensar que entre dos
mil o tres mil personas estuvieran realizando algún trámite en el
interior del mismo. Y hay que pensar en lo que habría podido ocurrir
si el incendio se hubiese producido en cualquiera de las plantas
inferiores.
Falló
todo. Las alarmas no funcionaron, de modo que muchas de las personas
que se encontraban allí tardaron en enterarse de lo que ocurría.
Tampoco se cerraron las puertas anti incendio. El protocolo de
evacuación brilló por su ausencia y el abandono del edificio, que
duró más de un cuarto de hora, se llevó a cabo de forma espontánea
según la gente iba teniendo noticia a través del boca a boca. Había
gente que negaba que hubiera un incendio, pero finalmente se culminó
el desalojo del edificio.
En
este punto conviene hacer un inciso para recordar la existencia de
las pilas de papel y también los materiales con los que está
construido el edificio, o parte de él.
Fallaron
más cosas. Las tomas de agua también eran, o son, defectuosas.
Varias plantas han quedado anegadas y los expedientes, mojados. Algún
forjado ha sufrido daños. Las cañerías del agua reventaron, etc.
Estos
son daños colaterales de la crisis, por la cual, se ha trasladado a
muchos funcionarios desde el lugar en el que estaban actualmente
hasta este otro que ya se ve que tiene muchas deficiencias. Hay cosas
que se recortan, se ignora por qué, y en casos como este se deja
todo en manos de la Providencia. Ha salido bien la cosa. Pero da
pavor pensar que pueda haber más casos en los que todo esté en las
mismas manos y que este mismo edificio siga igual en el futuro.
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