En un artículo publicado en El Mundo, el
cómico Boadella trata de explicar que el hecho diferencial catalán
no existe y que los catalanes son iguales que los demás. Creo que no
es cierto del todo.
Veamos. No hay mejor sitio en el mundo
para poner una fábrica que Cataluña. La fábrica que actúa a pleno
rendimiento en Cataluña es la de catalufos. Cualquiera que se
traslade a vivir en Cataluña corre un riesgo grande de ser
convertido en un tiempo récord en catalufo. Y un catalufo, o una
catalufa, es alguien que tiene una tendencia irrefrenable a hacer el
ridículo. Ahí tenemos a Mas, un tipo tan bien parecido, dueño de
ese mentón tan envidiado, con esas gafas que le favorecen tanto y
que mueve tanto a risa. Pasa con él lo mismo que con Gila. Nada más
verlo la gente ya se ríe. Más vale hacer reír que llorar, pensará
él, y con razón.
Una ciudad como Barcelona, que parecía
el faro del mundo, tiene ahora gobernantes que mean en la calle.
¿Será eso el progreso? Tiene un periódico cuyo dueño es Grande de
España, que le hace la competencia a las revistas de humor.
Algunos sabían hacer una sopa juliana
con muy buen sabor y en lugar de hacerla cada vez mejor, la van
empeorando, empeorando, empeorando. Otros que pueden escribir bien y
parecían señores van quedando como gilipollas. Eso sí, con sueldos
muy superiores a los de otros de mejor calidad. Dinerariamente, ser
catalufo les viene a cuenta a algunos.
Un catalufo se cree cualquier chorrada,
como esa de los países catalanes, no nos dejan votar, el derecho a
decidir, la confederación catalano-aragonesa, el catalán como
lengua imperial, que el Siglo de Oro Valenciano es catalán, que
Fuster es un ensayista extraordinario, que Ubieto no existe y nunca
existió, y que todo lo que no sea catalanista es rancio. Un
catalufo, señores, vive en la gloria.
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