Es insólito que en la Casa Real se
indignen por la actitud de Miguel Roca Junyent, puesto que su
trayectoria es sobradamente conocida. Baste recordar aquel episodio
suyo durante la redacción de la Constitución en el que ejerció de
caganer.
Fue cuando el vasco Letamendía quiso
introducir el derecho de autodeterminación. Marcos Vizcaya se
abstuvo. A Miguel Roca Junyent y Rodolfo Guerra les dio el apretón
en ese mismo momento. Los demás votaron en contra.
Memorable fue también aquel episodio en
que corrió a contarle al ministro Corcuera los desmanes que llevaba
a cabo Pujol, quizá al sentirse postergado por este. El ministro se
lo contó todo a Pujol y luego hubo paz entre ambos catalanes, tras
sellar un acuerdo altamente beneficioso para ambos.
Su aventura con el Partido Reformista
Democrático y el modo de llevarla a cabo también resulta
esclarecedora.
No para de escribir chorradas en La
Vanguardia, propiedad de un Grande de España, del que los demás
Grandes deberían sentirse avergonzados, pero callan. En ese diario,
que antaño tuvo ribetes de diario serio, junto a Roca, también
escriben otros que van cayendo en picado. Todo es decadencia en la
región catalana, que gracias a la ayuda del resto de españoles se
enriqueció considerablemente y ahora, quizá por justicia poética,
pretende regresar a la senda de la pobreza. El abogado de la Infanta
y el Grande de España se esfuerzan para que eso se haga realidad.
Quizá porque saben que la pobreza no les alcanzará a ellos.
Cuando la Casa Real encargó a este
letrado la defensa de la Infanta disponía de suficientes elementos
de juicio para saber quién es este personaje. Con esta elección
quizá dio pistas sobre cómo esperaba que fuera su defensa. A lo
mejor pretendía que Roca guardara las formas y simulara respetar las
leyes. Ni eso.
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