Cualquier persona decente que acceda a un
cargo público debería notar sobre su cabeza el peso de la
responsabilidad y debería sentir el temor de no estar a la altura de
lo que exigen las circunstancias.
Los políticos que nos gastamos en
España, en cambio, se sienten como niños a los que los Reyes Magos
les han traído un juguete. Se sienten poderosos con él y actúan, o
sea, lo rompen todo. Luego no se sienten responsables de nada. ¡Ojo,
que yo he ganado todas las elecciones!, dice el melón este, y cree
que las volvería a ganar, sin tener en cuenta la hostia que se ha
dado Rita Barberá, que también arrasaba.
Sin ir más lejos, Camps ha sido tan
pernicioso para el Reino de Valencia como Zapatero para el de España.
El descalabro financiero ha sido parecido. Las arcas valencianas no
sólo están vacías, sino que tienen un agujero enorme. Pero que no
se preocupe: le ha sucedido otro melón, éste con peluquín, que
también da la impresión de que tiene las facultades mentales algo
mermadas.
Habría que preguntarle a Camps qué
necesidad había del nuevo Estatuto y de incrementar el número de
diputados y por qué incluyó en el mismo a la malhadada Academia
Valenciana de la Lengua.
Bajo su mandato desaparecieron Bancaja,
la CAM y el Banco de Valencia. ¿Cómo es posible que no se sienta
afectado por estos hechos que tanto quebranto han producido por estas
tierras? Los accionistas del Banco de Valencia han perdido todos los
ahorros que tenían invertidos en acciones de este banco, que se le
regaló posteriormente a una entidad catalana, sin que nadie lo haya
podido evitar. ¿Hacía dónde miraba Camps cuando estas entidades
valencianas actuaban de aquella manera? ¿Qué puede decir del
despilfarro habido en la Copa América, la Fórmula 1, el Ágora y
otros varios?
Tiene motivos para estar avergonzado.
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