En Estados Unidos rige la democracia
desde el nacimiento de esta nación. Sus instituciones son fuertes y
dignas de confianza, pero el sistema democrático precisa de personas
adultas.
La democracia no es ninguna panacea en sí
misma, sino que es el sistema mediante el que las personas en
conjunto y libremente rigen los destinos de su nación, evitando
dejarlos en manos de una sola persona, con los efectos perniciosos
que conlleva.
Los estadounidenses, en general, tienen
hábitos democráticos, nacidos de la costumbre más que de la
convicción íntima, como lo prueba el hecho de que a la hora de
votar son tan infantiles como los de los demás sitios.
En España, por ejemplo, el líder más
valorado es Garzón. En su día lo fue, y en este caso sí que era
merecido, Rosa Díez, pero quizá se debiera a motivos ajenos a los
racionales. Zapatero escondía su maldad y su incompetencia detrás
de una sonrisa, y ya se vio que esto resultó efectivo y tuvo
consecuencias catastróficas para casi todos los españoles. No ha
servido tampoco para que la gente medite mejor su voto. Ha
desaparecido UPyD y ha irrumpido con fuerza Podemos, lo que demuestra
una inconsistencia social, de tinte autodestructivo, ya manifestada
anteriormente en muchos detalles.
En el caso de Estados Unidos, si su
electorado fuera adulto y exigente, sus sucesivos gobiernos no se
habrían podido comportar con tanta prepotencia ante el resto del
mundo, aunque tampoco se le pueden negar otros méritos, ni el
agradecimiento que merecen.
Pero ahora la cuestión se llama Trump.
Lo han votado y todo el mundo lo presiente como un peligro. ¿Servirá
eso para hacer madurar a todos a marchas forzadas? Es difícil que
ocurra eso. Pero tranquiliza saber que puede ser destituido. En
España hubo muchos intentos, por parte de su partido, para quitar de
en medio a Zapatero y sólo cuando las encuestas certificaron su
caída en picado en estimación de voto aceptó marcharse.
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