Por regla general, los votantes no se
hacen responsables de los desmanes que cometen aquellos a quienes han
votado. Muchos se lo toman como un juego: si no sale bien, a las
próximas elecciones votamos a otros, dicen.
Si esta forma de pensar es lamentable
todavía lo es más la de los políticos que al asumir un cargo no
tienen en cuenta la responsabilidad que contraen, sino el poder que
consiguen. Sería curioso comparar la situación económica que tenía
Aznar antes de entrar en la política y la que tiene ahora. Pero
también la de los políticos, incluso de los recién llegados.
Ninguno de los políticos reconoce el
daño que ha hecho durante su mandato. En el Reino de Valencia (los
catalanistas siguen usando el término País Valenciano, que tanto
conviene al imperialismo catalán) seguimos sufriendo la intromisión
catalanista, que tanto perturba el devenir diario. Persiste la
maldita AVL, inventada por el nefasto Zaplana, para complacer a
Pujol, a petición del propio Aznar, que seguro que ahora cuenta la
historia al revés. Esta maldita AVL fue introducida en un Estatuto
que nadie pedía por el tonto Camps.
Aznar no tiene nada que reprocharle a
Rajoy, puesto que éste está soportando todo lo que le ha caído
encima por culpa de los anteriores, incluido el mismo.
Los nacionalismos no han llegado al grado
de locura actual de la noche a la mañana, sino que esta demencia,
latente y en espera de su momento durante el franquismo, debió ser
sofocada en la democracia, que es cuando se podía hacer, y sin
embargo lo que se hizo fue ir echando gasolina al fuego y Aznar echó
bastante.
Es posible que si pudiera echar más,
Rajoy también echara, pero la situación ha llegado a un punto en el
que su afán consiste en no quemarse. Es cierto que tampoco se le ven
intentos de apagar el fuego.
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