Creo que la Campaña del Bus Ateo fue la
primera en servirse de los autobuses para lanzar eslóganes contra la
población.
Y digo ‘contra’ porque me parece muy
bien que cada uno piense lo que quiera acerca de la existencia o
inexistencia de Dios, o de cualquier otro asunto, siempre y cuando no
se derive ninguna ilegalidad de ese pensamiento. Lo que me parece mal
es que se trate de insuflar en otros el propio pensamiento, porque
esa misma intención supone que quien lo pretende se considera en
posesión de la verdad y que aquellos a los que se dirige están
equivocados. Ya se ve que la humildad sólo recibe alabanzas de forma
teórica, puesto que son pocos los que se deciden a adoptarla.
Así las cosas, se gasta mucho dinero en
propaganda precisamente con el fin de convencer a otros. Convendría
saber de dónde procede ese dinero y también preguntarles a quienes
los gastan si no se les ocurre un modo más productivo para los demás
y más respetuoso de gastarlo. Porque tratar de convencer al prójimo
con eslóganes es como considerar que tiene cerebro de mosquito.
Hubo un tiempo, que aunque sea reciente
parece lejano, en que se consideraba que el mejor modo de influir en
el prójimo es predicar con el ejemplo. Si un ateo o un creyente se
comportan de forma irrespetuosa no le hacen ningún favor a la
doctrina que pretenden propagar.
Y queda la otra cuestión. Hay eslóganes
directamente ofensivos de los que nadie protesta, porque se considera
que los ampara la libertad de expresión, y hay otros eslóganes que
con el mismo motivo deberían recibir el mismo tratamiento y, sin
embargo se prohíben.
Hay político que no cesa de transmitir
el odio que siente, puesto que jamás usa el idioma español, sino un
dialecto regional, y luego afirma que no consentirá campañas de
odio.
'El Parotet y otros asuntos'
'Diario de un escritor naíf'
'Yo estoy loco'
'Valencia, su Mercado Central y otras debilidades'
'1978. El año en que España cambió de piel'
'Por qué España'
‘Búsqueda y desarrollo del talento’
'Filosofía, teología y el sentido de la historia'
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