lunes, 6 de marzo de 2017

Progresistas

Vivimos tiempos en los que no son pocas las personas que quieren que se les dé todo hecho. Incluso a pesar de que se consideran demócratas, desatienden su responsabilidad individual en asuntos graves, en la pretensión de que sea el Estado quien resuelva las cosas.
Les basta con exhibir siempre buenos sentimientos, aunque no se concreten en nada, y considerar el odio como un sentimiento razonable con tal de que esté justificado.
Las etiquetas forman parte de ese mundo fácil. Llega un botarate como Trump, se etiqueta como de derechas y ya con ello muchos dejan de ver el peligro que supone que este elemento esté a los mandos. Lo mismo ocurrió anteriormente con Chávez, le bastó con proclamarse de izquierdas para que mucha gente bienintencionada de este sector le aplaudiera y defendiera, cerrando los ojos a todas las atrocidades que cometió durante su mandato. Le ha sucedido otro igual de atroz.
A los de izquierda también les gusta etiquetarse como progresistas en una simplificación, engañosa además, del ideario político. Al tomar para sí la palabra progreso inducen a pensar que las derechas son inmovilistas. Pero me temo que si se les pregunta qué es lo que entienden por progreso se les plantea un buen lío. ¿Es progresista establecer alianzas con quienes no pueden considerarse sino excrecencias del género humano? ¿Es progresista tener como fundamento del programa el odio a la derecha? El propio Alfonso Guerra dijo que además de ese odio hay que poner otras cosas. Desde hace algún tiempo, una parte no desdeñable de la población piensa que ese progreso que prometen es hacia atrás, o sea que de su mano la sociedad puede volver a la Edad Media. De hecho, ya hay torquemadas preparando guillotinas, o por lo menos añorándolas, sin que falten amenazas de purgas a llevar a cabo en cuanto les resulte posible.
Es muy fácil creerse progresista, llevar el bienestar a la población es más complicado.

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