sábado, 27 de mayo de 2017

El Consell se queja de un juez

Pero ocurre que ese juez, cuya motivación desconozco, al final resulta que defiende los intereses de los valencianos y también del resto de los españoles y lo hace por partida doble o triple.
Ocurre, en primer lugar, que los españoles tenemos una lengua con la que se puede viajar por casi todo el mundo y hay unos señores que por intereses espurios pretenden que la dejemos de lado y pasemos a hablar lo que según el Padre Batllori es un dialecto infame e infecto.
Es cierto que el engreído Aznarín, que en sus primeros tiempos era más humilde, necesitaba los votos del Honorable, o Muy Honorable, o Más (quizá fuera mejor sin la tilde) que Honorable Pujol, por cuyo motivo encargó a Zaplana la felonía de acabar con la resistencia de la RACV, cosa que llevó a cabo fundando la fenicia e innecesaria AVL. Un tal Camps, de cuyo equilibrio psíquico cabe dudar, remató la faena incrustando a la nefasta AVL en un nuevo Estatuto que nadie pedía. A partir de ahí, los catalanistas han visto el camino expedito para imponer ese dialecto infame e infecto, porque los catalanistas no son nadie si les quitan la capacidad de imponer. Al final, tienen el fracaso asegurado, porque ese dialecto infame e infecto no lo hablan más que cuatro gatos, mientras que con el español se puede ir por casi todo el mundo. No obstante, ese intento fallido nos habrá costado un buen dinero a todos.
Y ese es otro mérito del juez, porque con su actitud nos ahorra el dinero de la traducción, y también el ridículo. ¿Qué necesidad hay de hacer el ridículo? Lo hicieron dos andaluces en el Senado utilizando el pinganillo, uno hablando la lengua que entienden todos, y que tuvo que ser traducida para el otro, a pesar de que era innecesario, y el otro usando ese dialecto infame e infecto, que no domina, y que tuvo que ser traducido para que su compañero lo entendiera. La estupidez fue pagada con dinero de los impuestos.


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