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miércoles, 19 de octubre de 2016

Francisco Rico y sus cosas

No cabe duda de que Francisco Rico es un gran filólogo, ni de que en la especialidad que le es propia es difícil que se le escape algo. Ahora bien, esto por sí solo no significa mucho.
Las cosas que cuenta Arturo Pérez-Reverte de él son de las que como le dijo Pilar Ruiz Albisu a Pachi (mi teclado no tiene tx) López, suponiendo que sean ciertas, hielan la sangre.
Eso de que tengas a una persona como amiga, le atribuyas, por lógica, los valores propios de una persona que se precia de sí misma (nobleza, dignidad, respeto por el contrato tácito que hay en toda amistad,…) y de pronto te des cuenta un día de que nada de eso era cierto, resulta doloroso. No es agradable comprobar que alguien no es como lo habías imaginado y le habías hecho ver que tenías esa idea de él. O de ella.
En Arturo Pérez-Reverte se percibe que tiene unos códigos con los que se podrá estar más o menos de acuerdo, pero también parece fuera de duda de que trata de vivir de acuerdo con ellos y eso siempre es una garantía para quienes tratan con él.
Fue famoso aquel artículo de Francisco Rico en el que afirmaba que en su vida había fumado un cigarrillo. Con esta afirmación daba más fuerza al argumento desarrollado en su artículo, pero perdió mucho más de lo que ganaba cuando quienes lo conocen desvelaron que no para de fumar. Eso no lo supo calcular.
Le he leído entrevistas en las que junto a algunas respuestas acertadas en el terreno que domina muy bien, falla estrepitosamente en cuanto se adentra en el campo de la política, en donde se ve que no dispone de discurso, quizá porque no le interesa, porque quien lo tiene, como consecuencia, pierde amigos.

domingo, 18 de enero de 2009

Pérez-Reverte y los puertos

El artículo de hoy de Arturo Pérez-Reverte, en El Semanal, titulado Megapuertos y pijoyates, me ha llevado a evocar la novela Crematorio, con la que Rafael Chirbes debió ganar el Premio Nacional de Narrativa.
Arturo Pérez-Reverte entiende de barcos, suele navegar por los mares, según cuenta el mismo, y viaja bastante, por lo que goza de una buena perspectiva para enjuiciar las cosas. Esta disquisición lleva directamente a preguntar si entre nuestros políticos no habrá alguno que navegue por los mares y viaje. Resulta que sí los hay: uno, al menos, se subió al Azor. Y otros deben haberse subido a otros barcos similares. Alguna diferencia hay, de todos modos, y es que mientras Pérez-Reverte se paga sus navegaciones, los políticos suelen surcar los mares a nuestra costa. No es un juego de palabras, obviamente. Lo mismo ocurre con los viajes.
Y, sin embargo, tras leer el artículo de Pérez-Reverte la sensación que queda es que quien trabaja por los ciudadanos es él, pese a que quienes cobran de los ciudadanos son los políticos. No sólo en este caso. Ya se sabe que gracias a nuestra clase política y su empeño en explotar el ladrillo hasta donde fuera posible, sin intentar corregir el sistema y poner freno al desmadre ahora sufrimos nuestra propia crisis peculiar, sin que ninguno de los responsables lamente las tragedias que ha causado, ni albergue ningún propósito de enmienda.
Cuando no se intenta echar la culpa a los ladrilleros, se carga la suerte en los banqueros, pero quienes han sido elegidos por los ciudadanos para que marquen las reglas de juego y vigilen su cumplimiento son los políticos. Y éstos lo que hacen es rodearse de asesores, o sea de gastar mucho dinero del contribuyente. Y luego resulta que ni los políticos, ni los asesores, que también navegan y también viajan, son capaces de poner orden, de encontrar la solución adecuada que más beneficie a los ciudadanos. A todos.

martes, 8 de abril de 2008

El bolígrafo de Pérez Reverte

Da cuenta Arturo Pérez Revete en su último artículo de El Semanal de una aventura que corrió cuando tenía doce años, en el colegio de los Hermanos Maristas de Cartagena. Un compañero suyo había aparecido en la clase con un bonito bolígrafo y descuidadamente lo había dejado sobre la mesa al bajar al recreo. Por aquel entonces, ya llevaba corridas algunas aventuras en las que emulaba a Rocambole, así que aprovechó para quitárselo. Luego se puso a escribir con él, ostensiblemente, a la vista de su dueño, que puso el grito en el cielo.
La autoridad competente se puso manos a la obra, con la contundencia de la época, pero el pequeño Rocambole supo resistir muy bien, aunque la batalla era desigual. La papeleta la salvó otro de los alumnos, con el que Arturo no había intercambiado jamás ninguna palabra, al decir que lo había visto usar ese bolígrafo otras veces, con lo cual pasó a ser de su propiedad. La enseñanza que sacó el articulista del episodio es que a veces el crimen queda sin castigo. Pero hay más, claro, que él se calla y deja que los propios lectores descubran. La primera de todas es que el poder tiende a extralimitarse y a perder todo sentido de la medida. Un bolígrafo no era excusa para tan brutal castigo. En realidad, ninguna cosa podría servir como excusa. Por otro lado, semejante abuso de autoridad por parte del marista venía a echar por tierra todas las enseñanzas de la doctrina cristiana que se hubieran podido impartir en el colegio. Los niños aprendieron que ante el poder hay que someterse. La hipocresía surge a continuación.
En segundo lugar, que ante las exhibiciones de poder, la gente pierde la capacidad de raciocinio y no se entera de las cosas. El dueño del bolígrafo, en lugar de pedir más y más castigo, debería habérselo regalado. Quién sabe las reacciones que hubiera desencadenado este gesto. Pero es que con la paliza que recibió, se lo había ganado.
Hubo, sin embargo, un niño que supo entender la situación. Y con ello nos llena de curiosidad, queremos saber qué ha sido de él, aunque resulta fácil presumir que le haya tratado bien o mal la vida, habrá sabido estar a la altura de las circunstancias.

lunes, 24 de septiembre de 2007

El grito de Pérez-Reverte

Hace unas semanas, Arturo Pérez-Reverte lanzó un grito enojado, motivado por esas entidades financieras que incitan a la gente a endeudarse. Pueden caer en la tentación personas inconscientes, que creen a pies juntillas que las cosas son exactamente como se las pintan, o sea, de color de rosa. Las entidades que ofrecen el crédito, cuando estudian la viabilidad del mismo sólo suelen fijarse en que sus intereses estén bien cubiertos. Es quien contrata con ellos quien debe preocuparse por sus intereses, de modo que es bastante fácil que no surja nadie que les avise de que el hecho de que en el presente puedan pagar las cuotas no significa que siempre vaya a ser así. El motivo del grito es ese, pero todo parece indicar que la publicidad que lo motivó no fue más que la gota que desbordó el vaso. Desde hace mucho tiempo, se intenta vender a la gente cualquier tipo de cosa. Es posible que primero nos la den gratis, nos inciten una y otra vez a usarla y cuando se nos ha hecho imprescindible, se acabó la gratuidad y también las comodidades, como es el caso de las tarjetas, curiosamente también bancarias. Pero no sólo son las entidades financieras las que actúan así o de modo parecido, sino que prácticamente todos los que aspiran a vender algo, hacen lo mismo. El grito de Pérez-Reverte, entonces, aunque esté motivado por un hecho concreto, como el de Munch, también como este parece albergar una carga que se ha formando poco a poco. Que no venga Cañizares, el monseñor, a explicarlo. Él diría que eso ocurre porque no se tiene presente a Dios y entonces puede ocurrir que alguien le pida que demuestre la existencia de Dios. Lo que sí se echa de menos muy a menudo es el respeto por sí mismo en un buen número de personas. Lo que hoy nos parece una barbaridad, será sobrepasado con creces mañana y así sucesivamente. Ya no hay una línea que todo el mundo procura no sobrepasar, sino que ya vale todo y cada uno trata de salirse con la suya por los métodos que sean. Por eso, el espectador, ante el cuadro de Munch, se siente enseguida vinculado con él y hace suyo el grito.

viernes, 2 de marzo de 2007

¿Enseñan los libros?

Se suele decir que todos los libros enseñan algo y damos por cierta la frase. Pero el mejor libro es la propia vida y quien no aprende de ella, difícilmente podrá sacar enseñanzas de los libros. Buscamos en nuestras lecturas aquello que ya hemos observado o intuido en nuestra existencia. Buscamos nuestros pensamientos desarrollados o vislumbrados desde otros puntos de vista. Y nos congratulamos si nos sentimos capaces de conmovernos con un pasaje que exprese sentimientos elevados o de singular belleza. Pero no todos los libros son dignos de leerse ni es posible evadirse de la sensación de haber perdido el tiempo tras la lectura de más de uno. En sus Grandes Almacenes de hoy, de Las Provincias, Rafa Marí da noticia de uno infame. Dados los párrafos que transcribe hay que darle la razón en este punto. Y convenir con él en que probablemente el autor se escude tras un pseudónimo. Pero no comparto su idea de que es imposible que su libro encuentre compradores. No debería descartar este extremo tan tajantemente. Por su parte, Arturo Pérez-Reverte, en su Patente de Corso, de El Semanal, contó el domingo pasado que había echado al mar siete u ocho tomos, no recuerdo el número exacto, de un autor inglés no muy ético, puesto que se las inventa como quiere. Dice que estaba leyendo una novela de ese autor, los anteriores los tenía en el lugar menos noble de su estantería, porque no lo consideraba bueno, cuando determinó echarlos todos por la borda. Probablemente, esos libros tampoco merezcan el honor de ser tragados por el mar. Quizá lo mejor hubiera sido regalárselos a algún vendedor del rastro. Pero lo que sugiere ese artículo es que al autor le falló el olfato. Tras haber leído seis o siete libros de ese fulano, aún tenía otro entre manos. Hay infinidad de libros publicados y leer uno de un autor del que desde el primer momento se debía de haber sabido que no podía aportar nada, es una total y absoluta pérdida de tiempo. Puedo aceptar que una vez comenzado un libro haya que llegar hasta el final, para no quitarle demasiado pronto al autor la posibilidad de justificar que lo haya puesto a la venta. Pero una vez visto que no hay nada, no se debe malgastar el tiempo.