Se
nos fue Ana María Matute, la escritora que nos recordó, o que nos
hizo saber, que es esencial que dejemos vivir en nosotros al niño
que fuimos.
Yo
no sé por qué no le dieron el Nobel, pero esos cegatos de la
Academia Sueca se lo han perdido. Ana María Matute, la niña eterna,
nos hizo el mejor regalo que nos podían dar: Predilecto y Tontina
son dos maestros de la vida, dos personajes que nos acompañarán
siempre a los que hemos tenido el gusto de conocerlos. No son dos
personajes a los que les ocurren cosas bonitas, o que tienen grandes
logros, de esos que ponen boca abajo a las legiones de papanatas del
mundo entero. Son dos personajes que enseñan a encarar la realidad
de la vida. Ellos muestran cómo hay que encarar las cosas y, además,
lo hacen de un modo tan mágico que los necios no se pueden enterar.
Compré
Olvidado rey Gudú, recién salido al mercado, porque me lo
recomendaron vivamente el gran poeta valenciano José Mas,
recientemente fallecido, y su esposa María Teresa Mateu. Este libro
me cautivó enseguida y al terminarlo escribí dos folios sobre él
que mis amigos le hicieron llegar a la autora. Ella les dijo por
teléfono, porque no escribía a nadie, que los conservaría siempre.
Este detalle fue para mí la constatación de que sí que aplicaba a
su persona el consejo que daba a los demás. Conservaba su corazón
de niña y se emocionaba con las muestras de afecto.
Cuando
visitaba a José Mas, si al acceder al patio le oía tocar el piano,
subía las escaleras a pie, a pesar de que vivía en un piso alto,
con el fin de escuchar lo que tocaba. En el ascensor hubiera dejado
de escucharle y, luego, cuando llegaba a su casa, dejaba de tocar
para atenderme.
Después
compré más libros de Ana María Matute y siempre le vi esa ternura,
esa búsqueda de la felicidad que los manipuladores no quieren que
alcancemos. Predilecto y Tontina eran inmunes a los manipuladores.
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