Los nacionalistas se pasan la vida
invocando el diálogo, la democracia, el respeto y cosas similares,
pero lo hacen de un modo tan agresivo que obligan al personal a
aceptar previamente sus premisas.
Resulta que todas son falsas, comenzando
por la democracia. Un nacionalista no puede ser demócrata, puesto
que no acepta la disidencia. Su propósito consiste en imponer su
creencia a todos.
No puede haber diálogo si se parte de
una base determinada previamente, y menos todavía si la premisa de
la que se parte es falsa.
Tampoco puede haber respeto cuando el
objetivo del nacionalismo es romper el orden constitucional.
Sin embargo, hasta los medios menos
complacientes con los nacionalistas caen en sus trampas y si Rajoy
dice que va a actuar de acuerdo con la ley sale en los titulares que
'amenaza' a Cataluña. Si dice que no le va a dar más dinero del que
le corresponde, eso es una 'amenaza'. Hasta alguien tan insolvente
moralmente como Colau habla de amenazas. Ella sí que es una amenaza
para la salud mental de los barceloneses y al mismo tiempo la prueba
de que quienes la han votado no están en sus cabales.
Rajoy no tiene el temple de Suárez, que
se enfrentó a los generales, a la oligarquía, a los obispos y a
todos los que se oponían a que la Transición de la dictadura a la
democracia se hiciera de modo total, y lo tuvo que hacer en
solitario. Pero a Rajoy le ha caído encima todo lo que se ha ido
fraguando durante los mandatos de los anteriores presidentes y puede
decirse que tampoco encuentra apoyo en los demás, que parecen
buitres esperando verlo caer.
Los nacionalistas son maestros en el arte
de aprovechar todas debilidades del sistema, propiciadas por
políticos oportunistas y aprovechados. Políticos de segunda fila,
en suma.
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