El actual papa, que procede de Argentina
y que, como todo el mundo sabe, es de corte populista, a pesar de lo
cual creo que es muy del gusto del fino escritor Pablo d’Ors,
debería decirle a su compatriota, la monja Caram, que lo que hace
está muy mal, aunque mejor sería, por el bien de la Iglesia y de la
humanidad, que la obligara a colgar los hábitos, excomulgándola si
fuera preciso.
Esta monja vino a España a joder,
empleando este término en el sentido figurado que cualquiera puede
imaginar. Ha venido a predicar el odio de unos españoles contra
otros, tarea en la que, por cierto, no está sola. Hay otras monjas y
otros curas y otros obispos y otros cardenales empeñados en la misma
tarea sucia. Cabe señalar que un número significativamente alto de
representantes de la Iglesia Católica se han mostrado de un modo
comparable al de los peores monstruos de la especie humana sin que,
por ello, se hayan conmovido las estructuras del Vaticano, más
atentas, por lo que se ve, al aumento o disminución del número de
fieles y, por tanto, de su poder, que al comportamiento de sus
integrantes. Si lo que hacen supone un peligro para su poder, actúan
drásticamente, pero si conlleva un aumento de fieles, aunque sea a
costa de un comportamiento infame, se hace la vista gorda.
Aquí tenemos, pues, a esta monja
argentina, que ha venido a España a lo que ha venido, a la que la
justicia le importa un pimiento, ella lo que quiere es estar en la
cresta de la ola y no le importa decir una cosa y luego la contraria.
Bien, cada cual tiene derecho a ser como
es y si esta monja ha decidido ser una impresentable no hay nada que
objetar. El caso es que no se quita el hábito y a lo mejor hay
monjas que sí que son buenas personas y no tienen por qué cargar
con culpas ajenas.
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