domingo, 24 de julio de 2016

De Prada, el niñato

Hay cosas que no se le pueden negar a Juan Manuel De Prada, como su bella prosa o su notable inteligencia, pero tampoco debería caer en saco roto su tendencia a desbarrar, como lo demuestra en la entrevista publicada hoy en El Español.
Quizá ello se deba a su índole caprichosa y a su incapacidad para ver las cosas sin prejuicios, dado que se pone unas gafas de colores para ver la realidad. En cierto modo, hay un paralelismo o similitud entre él y los nacionalistas. Los colores de De Prada son los religiosos y con razón se dice que los nacionalismos y las religiones son muy parecidos.
Para De Prada en el principio era la Religión y todo lo que no se articule a través de la religión está condenado al fracaso. Eso es una barbaridad. La religión puede ser una ayuda para el ser humano, pero con más frecuencia de que la que sería deseable, es decir, con una irritante frecuencia, es utilizada como herramienta de dominio, como método para subyugar a los pueblos. Por eso sería muy conveniente que las naciones no aceptaran sin más cualquier cosa que se presentara como religión, sino que exigieran unos requisitos e impusieran unas normas para que pudiesen actuar.
Jamás se podrá demostrar la existencia de Dios y la ciencia ha demostrado que no es necesario para la vida. Tampoco es necesario creer en Dios para ser buena persona, pero muy a menudo quienes se dicen creyentes resultan ser verdaderos diablos.
Partiendo de esa base, todo el discurso de De Prada cae al suelo y se hace añicos.
Es muy peligroso que las naciones se configuren en torno a una religión, puesto que de ahí al fanatismo hay menos de un paso. Es mucho mejor que se centren en los altos ideales humanos, o sea, en torno a la razón. Cuando se centran en los sentimientos, tan manipulables, enseguida viene el disparate y a continuación la catástrofe.


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