El día 3 de octubre cientos de empleados
de banca, fanáticos, abandonaron sus puestos de trabajo y salieron a
la calle a manifestar su odio a España y los españoles.
Hoy, 8 de octubre, muchos de ellos tienen
su empleo en el alero. Sus entidades no van a tener más remedio que
adelgazar sus plantillas, puesto que han perdido una gran cantidad de
negocio. No voy a decir que se lo merecen, ni alegrarme por ello,
porque no le deseo ningún mal a nadie, pero sí que recapaciten y se
den cuenta de que su odio está injustificado, porque gracias a los
españoles han tenido trabajo durante un tiempo y lo seguirían
conservando si no se hubieran dejado contagiar ese sentimiento tan
nocivo, que volverá a perjudicarles en el futuro si no se desprenden
de él. Es curioso que haya catalanes que odian a sus clientes.
Sobre el hecho citado cabe preguntar que
cómo es posible que los dirigentes de esos bancos permitieran que
sus empleados abandonaran sus puestos para salir a morder la mano que
les da de comer. Los dirigentes bancarios se ponen unos sueldos
astronómicos, dicen que para que no se los lleve la competencia.
Quieren hacer creer que son muy competentes, pero luego no son
capaces de anticipar el estallido de la burbuja inmobiliaria, después
tontean con los nacionalismos durante años, más tarde no saben
sujetar a sus trabajadores a las sillas en las que deben estar...O
sea, no son tan competentes. Sin embargo, despedirán trabajadores,
pero ellos seguirán cobrando sueldos astronómicos todos los meses y
quizá también bonus.
Además, están los sindicatos, que
tienen economistas y abogados y otros profesionales capaces de
analizar un abanico grande de situaciones que afecten a los
trabajadores y podrían y deberían haberles dicho que esa guerra no
es la suya. Ni aún en la mejor de las hipótesis los trabajadores
ganarían nada con la independencia de Cataluña. No serían ellos
quienes saldrían ganando, en el caso de que ganara alguien.
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