Si hay algo que tiene en abundancia nuestro presidente es una falta absoluta de respeto a todo el mundo. Quizá tenga alguna consideración con alguien, pero me cuesta trabajo imaginarlo. Cuestión distinta es que luego tenga comportamientos que disimulen un poco esta brutalidad.
Tenía el Felón una cita en el Senado, para tratar de asuntos muy importantes para la marcha de la nación. Ya empezó con la broma de presentarse con unas gafas de diseño, quizá sin graduar, para que el personal se fije en ellas y no en otra cosa. Sus primeras palabras fueron para despreciar la institución en la que iba a ser interrogado. No contestó a nada que no le dio la gana contestar, y no contento con esto a sus respuestas elusivas añadió alguna pulla totalmente improcedente. No contesta en ningún sitio, se evapora cuando le parece y en la Cámara Alta no tenía más remedio que responder. Un político es un empleado de los ciudadanos -y el presidente viene demostrando que esto no lo sabe-, por tanto debe emplearse con la máxima corrección en todo momento. Cualquier pulla, cualquier comentario ofensivo, estaba fuera de lugar, salvo que la pregunta que le hicieran mereciera eso.
Bien, pues tuvimos a un señor que fue al interrogatorio -y con razón, puesto que es el máximo responsable del gobierno- con la intención de no decir nada y de pasarse por el arco del triunfo a todos los que no optasen desde el principio por hacerle la pelota. Esta actitud tiene unas consecuencias muy graves, habida cuenta de que no parece ser que su gestión gubernamental haya sido limpia y brillante, sino todo lo contrario, llena de trampas y de errores y desafíos muy perjudiciales para España. Nada lo empujó a ser educado y humilde, sino que se choteó una vez más, pero ya sabiendo, porque alguien le debe de haber informado, que todo el pescado ya está vendido.