Me refiero, lógicamente, al supuesto de
que quisiera llevar a su partido, el PSOE, por las sendas que le son
propias. Pero para conseguir esto haría falta una serie de titanes
coordinados y juramentados para no desfallecer.
Hay un atajo y consiste en que todos los
socialistas de verdad se unan a UPyD, pero sobre este partido pesa
una sentencia de muerte no escrita, pero que entusiasma a muchos,
sobre todo a los que temen a la libertad y a la justicia.
Para la mayoría de los militantes del
PSOE lo que interesa es tener el carnet de socialista. Lo demás, la
sujeción al ideario, el respeto a los adversarios políticos, la
búsqueda del bien común, son tiquismiquis.
Se pregunta NRD que quiénes han alentado
el narcisismo colectivo de los catalufos (él dice catalanes,
obviando que no todos participan de esa insania). Pues han sido los
socialistas, y ya desde los primeros días de la democracia. Sin el
apoyo inicial de Felipe González los nacionalistas no habrían
logrado tanto, ni podido llegar tan lejos.
Movidos por lo que a simple vista parece
voluntarismo, pero que en realidad no son más que ganas de
justificarse, los hay que defienden que en el nacionalismo hay
grados, para poder decir a continuación que hay nacionalistas
demócratas. Eso no es cierto. El nacionalismo es incompatible con la
democracia. Entre los nacionalistas hay personas que parecen educadas
y monstruos.
Los socialistas españoles se dejaron
colonizar culturalmente por los nacionalistas y a partir de ese
momento dejaron de ser socialistas y, por tanto, demócratas.
Pascual Maragall traicionó al
socialismo. Debió salirse del partido e ingresar en uno
nacionalista.
Los socialistas valencianos abrazaron los
dogmas del impresentable Fuster, sin darse cuenta de que el
socialismo es incompatible con los dogmas y con el nacionalismo.
No se entiende que Nicolás Redondo
Terreros, a la vista de lo que hay, siga en el PSOE.
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