En la actualidad, cuando se habla de
Jorge Pujol Soley, a su nombre le acompañan toda suerte de epítetos
e improperios. Quizá alguna carcajada o guasa. Pero siempre no fue
igual. Por ejemplo, hay un editorial del diario ABC, fechado en el 1
de diciembre de 1986, en el que se recuerda que en 1984, dos años
antes, fue elegido por ese diario como “Español del Año”.
Pujol no protestó por ese nombramiento,
como lo atestigua el citado Editorial, que estaba motivado por la
querella de la Fiscalía General del Estado contra Banca Catalana,
que acabó siendo sobreseída. Parece ser que este asunto nos costó
a los españoles 20000 mil millones de pesetas, que nadie nos va a
devolver.
En
otro punto del Editorial dice lo siguiente: «Esto
es, justamente, lo que han reconocido los demás españoles: Jordi
Pujol se ha comportado en toda esta historia de acosos y difamaciones
como un auténtico estadista, por su sensibilidad y por su capacidad
para asumir responsabilidades más amplias que las que conciernen a
su potestad autonómica.»
Y
más
adelante, esto: «El
pleito y la maniobra se han resuelto sin quebrantos para España,
porque, insistimos, Jordi Pujol neutralizó
el grave peligro creado al asumir, además de las responsabilidades
propias, parte de la otra responsabilidad.»
Es
decir, en España y especialmente en esa parte de España llamada
Cataluña hay unas tragaderas extraordinarias para según qué cosas.
Es imposible que Pujol
haya hecho tantas cosas durante tanto tiempo sin que nadie se haya
dado cuenta y ni tan siquiera haya sospechado nada.
Muchos
de los que hoy insultan a Pujol, durante mucho tiempo lo han venido
considerando como un gran estadista. Se
conoce que cuando una idea se fosiliza nadie la pone en cuestión.
“Pujol, gran estadista” fue una idea fosilizada durante mucho
tiempo.
No
es de extrañar que los populistas y otros despabilados a los que se
puede asimilar a los populistas tengan tanta facilidad para medrar.
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