La frase es de Javier Marías, en su
artículo de hoy, que probablemente contiene más aciertos que
errores, aunque cada uno verá el error donde quiera.
A tono con ella va otra, esta de una
Carmen Rigalt, que dice así: «Realmente, el obrero de derechas es
lo más anacrónico que me echado a la cara.» Remata esta frase con
la siguiente, que viene a explicar que la haya dicho: «Tan
anacrónico como yo, que he votado a Podemos y vivo un momento
histórico.» Hay que leer 'histérico' el autocorrector debió de
hacerle una mala jugada.
Falta por saber qué se entiende por
derechas y qué por izquierdas. Porque si se identifica por derecha a
la madre de ese cura engreído, prepotente u obsecuente, según con
quien trate, vamos mal.
En democracia, derecha o izquierda son
dos formas de buscar el bien común y no debería haber ningún muro
o trinchera entre ambas. La diferencia debería estar en la calidad
de los equipos que tuvieran en cada momento.
Naturalmente que un obrero puede votar a
la derecha. Y debe hacerlo si cree que es lo mejor para él y su
país.
La política no debería ser un
escenario de guerra, como sucede en España, en donde abundan las
marrullerías y el juego sucio, se usa el odio como arma electoral y
se promete venganza o revancha.
Javier Marías tiene una visión idílica
de izquierda y nauseabunda de la derecha y esa forma de ver las cosas
ya da alguna pista. La izquierda española está muy lejos de ser
ideal, como él mismo reconoce al llamarla falsa izquierda. Habría
que procurar que tanto la izquierda como la derecha españolas se
democratizasen. Si se consiguiera es cuando la política española
dejaría de parecer un campo de batalla. Y quedarían fuera de juego
los nacionalistas, porque éstos no pueden democratizarse. Parece ser
que todavía queda algo lejos en el tiempo, ojalá no sea así.
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