lunes, 11 de junio de 2018

Como con Caballo Loco

Es conocida la historia, o quizá no tanto, de Caballo Loco, el bravo jefe sioux que venció a Custer, que había sido enviado por el gobierno de EE.UU. para desplazar a esta tribu lejos de su territorio tradicional.
Esta victoria suya no sentó nada bien al gobierno que enseguida mandó más tropas para hostigarlo continuamente, motivo por el que Caballo Loco y su tribu se vieron obligados a huir continuamente, pasando penalidades, consecuencia del frío y del hambre. Finalmente, el jefe sioux fue asesinado de un bayonetazo traicionero.
Las películas son obras de arte y como tales no están obligadas a contar la verdad de las cosas. Indudablemente, si las contaran muchas veces, por muy meritorias que fueran, no obtendrían el fervor del público. Quizá por eso suelen contar estas historias al revés y el público estadounidense, se entretiene y se emociona y la gran mayoría de espectadores piensa que las cosas fueron como acaban de ver en la proyección y se sienten orgullosos, en lugar de tener vergüenza.
Los mitos en los que se sostienen las naciones son tan falsos como el citado, aunque han ido surgiendo en gran medida por necesidades históricas, hoy en día ya desaparecidas. Los que no han desaparecido son los vivales, que intentan sacarse nacioncitas de la manga y para ello inventan mitos, que no sólo son increíbles, sino, sobre todo, risibles. Hay tradiciones heptamilenarias, que en realidad son de anteayer; hay guerras cuyos motivos y desarrollo se tergiversan absolutamente; hay realidades que se distorsionan de forma grotesca. Deberían dar risa y sus promotores deberían recibir al menos el calificativo de tunantes, aunque en realidad son mucho peores, porque el daño resultante de tanto disparate es mucho, sin embargo el personal se lo cree, del mismo modo que los ciudadanos estadounidenses, o de cualquier otro país, tienden a dar como ciertas todas las mentiras que les favorecen, por increíbles que sean.

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