No es necesario vivir en el País Vasco
para estar al corriente del clima de terror al que se quiere someter
a los guardias civiles que prestan sus servicios en la zona.
De hecho, la salvaje paliza que les
propinaron unos tipos abyectos y cobardes a los dos guardias civiles
y sus novias no sólo tenía como objetivo volcar la maldad de los
agresores en las cuatro víctimas, sino también que sirviera de
aviso a los demás integrantes de la Benemérita.
Los padres de esos despojos humanos que
llevaron a cabo la repugnante acción deberían preguntarse
avergonzados por la clase de crianza que han dado a sus hijos en unos
seres abyectos y quizá ya sin remedio. Sobre todo si sus
progenitores, como es el caso, en lugar de reconvenirles y
explicarles que se han comportado muy mal los apoyan. Se han
manifestado pidiendo justicia y han tildado de montaje lo sucedido.
Cualquier persona que conserve la
sensibilidad sabe que lo sucedido es atroz. Un ser humano que se
precie debe ponerse en el lugar de las víctimas y si lo hace debe
comprender el terror que debieron sentir y que es posible que no
olviden jamás y que, por tanto, les afecte para siempre.
Lo deseable habría sido que los jueces
dejaran claro que no se puede intentar aterrorizar a nadie
impunemente, porque los delitos tienen castigo.
En el País Vasco hay una serie de
pueblos malditos, como Andoáin, Alsasua, Tolosa, Munguía, Beasáin,
Mondragón, etc. en donde los demócratas tienen la vida muy difícil.
Un Estado de derecho no puede permitir ese clima totalitario y
cerril. Unas cuantas medidas ejemplares, siempre dentro de la ley, no
estarían de más.
Esas personas que se manifestaron en
favor de los agresores deberían saber que no llegan ni a la suela
del zapato a los agentes de la Benemérita, que a cambio de un escaso
sueldo prestan, arriesgando sus vidas, servicios inestimables a todos
los ciudadanos. Incluso a los cerriles que se manifiestan en su
contra.
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