lunes, 4 de junio de 2018

Desacuerdo con la sentencia de Alsasua

No es necesario vivir en el País Vasco para estar al corriente del clima de terror al que se quiere someter a los guardias civiles que prestan sus servicios en la zona.
De hecho, la salvaje paliza que les propinaron unos tipos abyectos y cobardes a los dos guardias civiles y sus novias no sólo tenía como objetivo volcar la maldad de los agresores en las cuatro víctimas, sino también que sirviera de aviso a los demás integrantes de la Benemérita.
Los padres de esos despojos humanos que llevaron a cabo la repugnante acción deberían preguntarse avergonzados por la clase de crianza que han dado a sus hijos en unos seres abyectos y quizá ya sin remedio. Sobre todo si sus progenitores, como es el caso, en lugar de reconvenirles y explicarles que se han comportado muy mal los apoyan. Se han manifestado pidiendo justicia y han tildado de montaje lo sucedido.
Cualquier persona que conserve la sensibilidad sabe que lo sucedido es atroz. Un ser humano que se precie debe ponerse en el lugar de las víctimas y si lo hace debe comprender el terror que debieron sentir y que es posible que no olviden jamás y que, por tanto, les afecte para siempre.
Lo deseable habría sido que los jueces dejaran claro que no se puede intentar aterrorizar a nadie impunemente, porque los delitos tienen castigo.
En el País Vasco hay una serie de pueblos malditos, como Andoáin, Alsasua, Tolosa, Munguía, Beasáin, Mondragón, etc. en donde los demócratas tienen la vida muy difícil. Un Estado de derecho no puede permitir ese clima totalitario y cerril. Unas cuantas medidas ejemplares, siempre dentro de la ley, no estarían de más.
Esas personas que se manifestaron en favor de los agresores deberían saber que no llegan ni a la suela del zapato a los agentes de la Benemérita, que a cambio de un escaso sueldo prestan, arriesgando sus vidas, servicios inestimables a todos los ciudadanos. Incluso a los cerriles que se manifiestan en su contra.

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