Años atrás un Tribunal tuvo que
absolver a un peligroso delincuente porque el sumario estaba
pésimamente instruido.
La opinión pública no fue capaz de
entender que por muy convencidos que estuvieran los jueces de la
culpabilidad del reo no podían condenarlo sin pruebas. Con respecto
a este caso, del que prudentemente no doy nombres, particularmente no
me extrañaría nada que el juez instructor hubiera recibido algún
tipo de premio por hacer un sumario que permitiera luego la
exculpación. Ante la opinión pública este último quedó muy bien
parado, a pesar de ser el culpable de que el otro quedara en la
calle, y el Tribunal, que debió ser aplaudido por cumplir con su
deber, siendo fieles al sentido de la justicia y rechazando la
arbitrariedad, que nos pondría en peligro a todos, tuvo que sufrir
las iras de la calle.
En estos tiempos que corren la situación
es muchísimo más grave, y parte de la culpa la tiene el anterior
ministro de Justicia, el infame Catalá, un baldón en el historial
de Rajoy. Los jueces ya no pueden trabajar tranquilos, porque si no
obedecen los dictados de la calle se dan a conocer sus nombres, sus
domicilios, todo. La ley de Lynch ha vuelto. Y el personal que sale a
la calle no se da cuenta de que esos jueces contra los que protestan
defienden los derechos de todos. No puede ser que porque alguien diga
una cosa otra persona vaya a la cárcel. Los hechos hay que
probarlos. De no ser así nadie puede vivir tranquilo. Si los jueces
han de soportar la presión de la calle y han de dictar sentencia con
temor a la reacción de las masas, cualquier hábil manipulador puede
hundir en la miseria para siempre a la más sana y bondadosa de las
personas. Y viceversa, puede lograr la absolución de los salvajes de
Alsasua.
'2016.Año bisiesto'
'El Parotet y otros asuntos'
'Diario de un escritor naíf'
'Yo estoy loco'
'Valencia, su Mercado Central y otras debilidades'
'1978.El año en que España cambió de piel'
'Diccionario de elogios, piropos y voces galantes'
'Atlas del bien y del mal'
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