sábado, 14 de julio de 2018

Que se lo queden

Si la suerte de la Unión Europea depende de los alemanes ya podemos ir recogiendo los trastos. La actitud de esos jueces que protegen a Puigdemont debería haber levantado oleadas de indignación en toda Alemania.
Seguramente, en el caso de los alemanes que residen en España ha sido así. Esos jueces son unos malcriados, se han entrometido en un terreno que no es el suyo y han ofendido gratuitamente a los jueces españoles. Han hecho el ridículo, además, en su explicación. Han usado el poder que les otorga el Estado alemán de forma caprichosa y lesiva para los intereses de un aliado leal. Estos jueces han puesto a su país, Alemania, al nivel del betún.
No tienen educación, ni conocimientos históricos, ni saben defenderse de sus propios prejuicios. En lugar de servir a la sociedad, la perjudican.
Un alemán, a partir de ahora, en términos generales y hasta que no demuestre lo contrario, particularizándose para desmarcarse de esos burros, es un señor que da mucha risa. Inspira jocosidad, está a la altura de Puigdemont, ese payaso malo al que tanto cariño parecen tenerle.
Es de esperar que aunque ‘Pedro de la Preveyéndola’ esté conforme con la sentencia de esos jueces de pacotilla (¿con qué disparate no estará conforme ese hombre?), ni el Tribunal Supremo ni el buen juez Llarena, cuyas enseñanzas servirían de provecho a esos individuos si no fuesen tan cortos no se rindan y les devuelvan la pelota. Que se queden a Puigdemont en Alemania, que lo dejen deambular libremente por el mundo, que vaya a donde quiera a hacer el mal, porque es incapaz de otra cosa, ya que en España no podrá. Si pisa suelo español será puesto enseguida a buen recaudo, salvo que el de la Preveyéndola siga a los mandos cuando ocurra y decida otra cosa. Porque lo cierto es que de traidores vamos bien servidos.

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