Alfredo
Di Stéfano, el mejor jugador del mundo de todos los tiempos según
algunos, se casa ahora que tiene una edad a la que yo no estoy seguro
de llegar.
He
visto los titulares de la noticia en dos sitios y no he querido saber
más. Me parece una bobada, claro. La novia es jovencísima para él.
Y este dato no merma mi admiración hacia este personaje. Pienso que
es posible que no haya querido profundizar en la noticia ante el
riesgo de encontrar un dato que me lo hiciera bajar del pedestal en
que lo tengo puesto. Me quedo con la idea de que a pesar de la edad
conserva la ilusión y la inocencia. Y probablemente no las conserva,
sino que las renueva día a día, que es más que conservarlas.
No
sé mucho de Di Stéfano, pero jugaba al fútbol en la época en que
yo coleccionaba cromos, y luego duró mucho. No sé demasiadas cosas
de él, pero todas las cosas que he leído sobre él me han gustado.
No sólo era un jugador que corría sin parar y metía muchos goles y
animaba a sus compañeros, sino que después, cuando hacía
declaraciones, demostraba tener mucho sentido común, y quienes lo
trataban se deshacían en elogios. Creo que tenía un monumento al
balón en su casa.
En
aquellos tiempos yo seguía el fútbol, y no como ahora que me he
desentendido por completo, porque no me gusta que me tomen el pelo.
Se mueven tantos millones en este “deporte”, por llamarle de
alguna manera, que las “irregularidades” surgen por doquier. Y
nos cuestan dinero a los contribuyentes.
Hace
años conseguí comprar el vídeo del partido Real Madrid-Eintracht de
Frankfurt. Disputaban la final de una Copa de Europa. En ese partido
el número de goles más que triplicó al de faltas, y quienes
sufrieron esas faltas, fortuitas en todos los casos, se levantaron de
inmediato, ayudados por quienes se las habían hecho. Nada que ver
con lo de ahora.
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