Fui
a la farmacia a retirar un medicamento que llevo tomando desde hace
tiempo. Es de los que hacen falta según el ministerio, porque lo
sigue financiando la Seguridad Social. Pero como yo no noto nada,
prescindí de él durante algunos meses. Y en la farmacia me dijeron
que no hiciera eso, porque no tiene efectos secundarios y que aunque
yo no lo note, sí que hace efecto. Total que acepto pulpo, por si
acaso.
La
cuestión es que la caja del medicamento ha cambiado. Pongo cara de
sorpresa y en la farmacia, quizá porque están acostumbrados a estos
cambios, me miran como si acabara de llegar del pueblo. No ha
cambiado nada, dicen. Todo es igual, salvo la caja.
Sí,
¿pero por qué esos cambios?, me pregunto. Se trata de un
medicamento, no de unos zapatos de señora. Se supone que me lo ha
recetado un médico serio que vela por mi salud. ¿Qué más da el
diseño de la caja o los colores en los que vayan las letras?
Cuando
nos intentan dorar la píldora, mal asunto.
He
aquí pues que las industrias farmacéuticas gastan mucho dinero en
publicidad y diseño. Y los ministerios lo pagan. Luego hablan del
desmesurado coste farmacéutico y dejan de sufragar medicinas, porque
dicen que no son necesarias, pero yo he de comprar una, pagándola en
su totalidad, porque la experiencia demuestra que no puedo vivir sin
ella.
Es
asombroso que las farmacéuticas gasten dinero en publicidad y diseño
y que los ministros no digan nada sobre el particular y paguen la
factura, con los impuestos de los contribuyentes. He leído hace poco
Mala
farma, cosa que no contribuye a que me sienta más tranquilo,
sino todo lo contrario. El gobierno español no puede impedir muchas
de las actividades sospechosas de las farmacéuticas, pero sí puede
hacer cosas. Puede impedir que ciertos profesionales accedan a los
hospitales y centros de salud, y puede prohibir a los médicos que
tiene en nómina que mantengan determinadas relaciones. Esas son
algunas de las cosas puede hacer.
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