Circula
por la red una noticia, que quizá sea un montaje, en la que aparece
la portada de un popular medio argentino con un llamativo titular:
Argentina ya no habla español, habla “argentino”.
No
me parece mal. Los dueños de una lengua son quienes la usan. Lo que
resulta raro, a mi entender, es que todavía el español de
Argentina, o de México, se parezca tanto al español de España. La
razón por la que esto sea así hay que buscarla, probablemente, en
el interés común. Hablar la misma lengua facilita mucho el
comercio. A los países de habla española les interesa mantener ese
nexo entre ellos por utlidad práctica, no por ningún romántico
amor a España.
No
obstante, en el campo de lo romántico también tiene una utilidad,
puesto que permite que siga vivo el sueño de la América Latina
unida.
Hay
gente que suele aplaudir la aparición de palabros, con la excusa de
que la lengua vive en constante evolución. Habría que explicar que
esta manera de ver las cosas es como la de aquel que con la excusa de
que los cerdos comen de todo, alimenta al suyo con lo más barato,
sin caer en la cuenta de que como mejor lo alimente más bueno será
el jamón que dará después.
También
los hay que se acogen a la ciencia como si ésta promulgara dogmas, y
establecen la unidad de ciertas lenguas por el artículo 33. Lo dice
la ciencia, alegan. Y no se hable más.
El
interés o desinterés que pueden tener en Colombia o en Perú, por
la unidad, o no, del castellano, se nutre de motivos distintos a los
que pueda haber en el Reino de Valencia y el País Catalán, por
ejemplo. A los valencianos les puede interesar, o no, por cuestiones
totalmente diferentes a aquellas.
Por
supuesto que nadie debería inmiscuirse en los motivos ajenas. Lo que
se hable en Argentina es cuestión de los argentinos y lo del Reino
de Valencia de los valencianos.
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