Hay
profesiones que bajo ningún concepto podría desempeñar yo. Creo
que me resultaría materialmente imposible, porque el asunto excede
claramente a mis fuerzas.
No
podría ser verdugo, por ejemplo. Ni aunque me estuviese muriendo de
hambre podría ser la persona que le quita la vida a otra. No
obstante, sé que los verdugos cobran muy poco, porque si el importe
que se les da por cada “trabajo” tuviera alguna relevancia la
cola para solicitar el puesto podría batir algún record. Sé que
las cosas son así, pero no lo acabo de entender porque en el día de
hoy la empatía le comido el terreno a la simpatía.
Es
que a quien se va a matar (ajusticiar, dirían los entendidos) no
merece vivir. Siempre hay excusas o coartadas para todo, sobre todo
para hacer el mal.
Supongo
(puesto que sé tan pocas cosas, no puedo ir más allá de suponer)
que si la ley prevé la pena de muerte para ciertos delitos, el
fiscal está en la obligación de pedirla. Dada esta premisa, yo no
podría ser fiscal en un lugar en el que rigiera la pena de muerte.
El simple hecho de buscar argumentos y pruebas me pondría enfermo.
No podría hacer bien mi trabajo, y eso tampoco es plan. Por muy
atroz que sea el reo, como es el caso de Ariel Castro, para el que se
pide la pena capital, lo de ponerse a su altura no va conmigo. Ser
tan atroz como él.
El
juez ha de aplicar la ley, de modo que esta profesión no me serviría
tampoco. Podría ser abogado, sí. Pero tampoco me veo defendiendo a
un fulano de este calibre. Quizá lo pudiera hacer, pero la búsqueda
de atenuantes no sería tampoco lo mío. Me limitaría a hacer una
buena defensa técnica, sin juego sucio, ni maniobras enredantes,
como hacen algunos. Pero eso en el caso de que hubiera estudiado la
carrera de Derecho.
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