Según
fuentes dignas de crédito, se ha dado la noticia, todavía no
desmentida, de que un banquero ha sido encarcelado.
Pero
que no cunda el pánico, el orden no ha sido roto. Tanto el banquero
encarcelado, como los otros banqueros imputados, ya no son banqueros,
si se quiere hablar con propiedad. Están caídos en desgracia. Los
banqueros que se mantienen en sus cargos siguen teniendo sus cortes
de devotos aduladores. Hagan lo que hagan. Uno de ellos, que según
sus panegiristas no se calla ni debajo del agua (y luego se cabrea si
lo critican por las burradas que dice), estaba siendo investigado por
Hacienda y fue la propia De la Vega a parar la inspección. Es decir,
los banqueros siguen siendo banqueros. O sea, desde que murió
Franco, los que tienen la sartén por el mango. En vida de Franco,
los banqueros obedecían a Franco. Como muchos socialistas de toda la
vida. Tras la muerte del dictador, a los bancos se les ha consentido
fusionarse y hacerse grandes y más grandes. Y ya no hay quien los
pare. Habría que ver el dinero que deben a los bancos los partidos
políticos, los sindicatos y organizaciones varias, que ahí están
sin que se sepa para qué, y que pagamos entre todos.
Por
otra parte, la experiencia demuestra que si un banquero va a la
cárcel se le amolda de tal manera que vive mejor en ella que muchas
personas honradas en sus casas.
Se
sabe, por otra parte, que en quienes menos se piensa es en los
trabajadores e inversores humildes, a esos que se llama
eufemísticamente “los mercados”, para que se les pueda estafar
sin piedad. En los casos en que se ha intervenido un banco, siempre
se ha hecho de modo que los más perjudicados han sido los más
indefensos. Los peces gordos han tenido más oportunidades para
escapar de la quema.
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