La
oposición hace hincapié en que se le ha expulsado por plantarle
cara a Fabra y no por otra cosa y el propio expulsado alega que el
procedimiento ha sido el propio de una dictadura.
Parece
mentira que no lo sepa después de haber formado parte durante tantos
años de esa pandilla que ha arruinado a la Comunidad Valenciana.
Cuando
Camps tuvo que ir a declarar al juzgado se hizo acompañar por todos
los Consellers, a los que se unió Rita Barberá. ¿No fue propio de
una dictadura ese detalle? La foto fue muy fea, y curiosamente faltó
en ella el propio Blasco, quizá porque tuvo la precaución de salir
de viaje.
En
España, nadie se atreve a decirle que no al jefe. Cuando alguien lo
hace es porque se sabe en la cuerda floja y trata de jugar sus
cartas. En su día, Alfonso Guerra dijo aquello de el cocinero y el
camarero y Felipe González se cabreó mucho y luego pasó lo que
tenía que pasar. Lo de Verstrynge con Fraga fue lo propio de la
gente chabacana que pulula por el mundo, y lo de Abril Martorell con
Adolfo Suárez, ingratitud pura.
De
Fabra no cabe esperar nada bueno. Es difícil que la configuración
política española permita el paso a alguien de valía. Aquí, los
que triunfan son los que saben callar cuando les conviene y aplaudir
al jefe en todo momento, mientras sea el jefe. Camps obedecía en
todo a Zaplana, pero luego pudo demostrarle todo el odio que le
inspiraba. Se conoce que ir a misa no es incompatible con odiar.
Blasco
ha estado con los dos, Zaplana y Camps, y también estuvo con Lerma.
Y supo obedecer a los tres. Lerma lo percibió como rival, lo que le
llevó a buscar acomodo en el otro lado.
Y
cuando ya no puede ir a ningún otro, quizá a la cárcel, descubre
que esto es una dictadura.
No hay comentarios:
Publicar un comentario