martes, 11 de junio de 2013

¡Qué cándido eres, Cándido!

Le hacen una entrevista y comienza diciendo:
- Yo no soy un asesino.
Como si llegara un cerdo y dijera:
- Yo no soy un cerdo.
Como si llegara una rata y dijera:
- Yo no soy una rata.
Como si llegara una cucaracha y dijera:
- Yo no soy una cucaracha.
Pero usted ha matado, alega el entrevistador, Erwin Koch.
- Porque tenía que hacerse, ¿lo entiendes?
El don del agradecimiento es propio de los espíritus elevados. No se concibe en las personas cutres, que ni se plantean agradecer nada. Exprimen al prójimo todo lo que pueden y luego si te he visto no me acuerdo. El tal Cándido, Azpiazu de apellido, es peor todavía. Cosa nada extraña, por cierto. Los etarras están en el punto más bajo de la escala humana. Es discutible que pertenezcan a la especie humana.
El modo en que explica cómo le salvó la vida Ramón Baglietto es nauseabundo. Vomitivo. Es sabido que Baglietto arriesgó su vida para salvar la de Azpiazu. Que toda flor que pueda florecer florezca. Sin embargo, esa flor que podía florecer es venenosa. Asesinó vilmente, cobardemente, a quien le salvó la vida.
Ah, pero es que luego, al salir de la cárcel, porque el ñoño sistema español permite salir de la cárcel a los etarras, a pesar de que hay más de trescientos crímenes etarras por resolver, montó una cristalería en los bajos de la vivienda en la que reside la viuda de Ramón Baglietto.
Hubo un banco que le dejó dinero para eso. El presidente de ese banco se fotografía con los sucesivos presidentes del gobierno de España. Hay una clientela de esa cristalería.
Las peores pesadillas las proporciona la realidad de la vida.
Hay que hacer constar que este artículo no será leído por los vascos. A ellos les gusta más lo que dicen Setién, Arzalluz, Uriarte y otros predicadores de esos.
 

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