Hubo
un tiempo, cuando estaba en la oposición, en que Rajoy recibía
puyas de todas partes. No solo de Zapatero y de los nacionalistas,
que éstos lo presentaban como el demonio, sino también de su propio
partido. Aguirre tiraba con bala; Barberá y Camps le recordaban, con
brusquedad y chulería, que les debía el cargo.
Rajoy
callaba. Pensaba y creo que lo dije, que si alcanzaba el poder más
de uno se iba a enterar de lo que vale un peine. Y no lo digo por el
malpensado de Anasagasti, que no da una a derechas; tampoco a
izquierdas. Sólo sabe enredar, y no sólo el cabello.
Rajoy
alcanzó el poder, y sigue callando. Pero el director de El País ha
caído. El director de La Vanguardia ha caído. El director de El
Mundo ha caído. Esperanza Aguirre ha caído. Francisco Camps ha
caído. Rita Barberá se va cociendo a fuego lento, como su querido
Camps. Si Rita no cae es porque de momento no le interesa a Rajoy,
pero es seguro que se la llevan los demonios.
¡Ah!,
también ha caído el intocable. Jorge Pujol se creía inmune e
impune, todo a la vez. Tenía una bandera en la que envolverse. Y un
arma secreta: si tiramos de la manta, todos nos haremos daño. Y esa
arma los tenía a todos acojonados. Rajoy será mejor o peor
estadista, pero es un profesional del poder, y si Pujol tira de la
manta quizá ponga perdido a Aznar, otro que largaba contra Rajoy,
acaso demuestre la verdad de Mas.
Duran
Lleida, para pasmo de todos, dio la espantada y puede que ahora se
ponga a las órdenes de Rajoy, por lo que pueda pasar.
Es
posible que Junqueres esté aprendiendo a rezar el rosario y se esté
encomendando a todos los santos, no vaya a ser que aparezcan
informaciones que echen por tierra su chollo.
Quedan
otros por en medio, cuya seguridad política depende de lo que
inquieten a Rajoy.
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