La
traición es habitual en la política española. Baste recordar que
Roca fue a contarle a Solchaga las trapacerías de Pujol, y que al
que fue conocido como 'El enano de Tafalla' le faltó tiempo para
hacérselo saber al bergante catalán. Roca traicionó a Pujol y
Solchaga a los contribuyentes honrados.
La
traición es propia de patanes, y a menudo ni siquiera son
conscientes de que la hacen. Un patán (o una patana) no se fija en
esas cosas. Son patanes aunque tengan una inteligencia privilegiada y
unos modales tan finos como aquel Francisco Fernández Ordóñez
(Paco, ¿con quién nos has traicionado hoy?). Un señor (o una
dama) no tiene la cara tan dura.
Es
grave que los políticos no se enteren de que traicionan. Sus
votantes confían en ellos. Un votante no puede confiar en un
traidor.
Francisco
Sosa Wagner era un perfecto desconocido y UPyD lo lanzó a la fama.
Gozaba, y me consta, de toda la confianza y todo el cariño de Rosa
Díez. Tenía todos los cauces del partido a su disposición para
exponer lo que quisiera. Debería haberlo dicho todo dentro del
partido sabiendo que se le iba a escuchar. Al menos lo hubiera hecho
Rosa Díez. En el caso de que no se le hubiera dado satisfacción, o
no hubiera estado de acuerdo con las respuestas que se le hubieran
dado, lo correcto habría sido que renunciara a todo lo que ha
conseguido gracias al partido, que se diera de baja como militante y
entonces hablara.
Pero
publicar un artículo exponiendo un criterio contrario al oficial
sobre un asunto concreto y denunciar al mismo tiempo supuestas
prácticas autoritarias puede considerarse como una traición doble.
Cabe
la posibilidad, al menos teórica, de que Sosa Wagner esté en lo
cierto, pero el procedimiento que ha elegido es el propio de los
traidores.
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