Como consecuencia del Día sin Coche los
vendedores del Mercado Central de Valencia estiman que accedieron al
recinto cinco mil personas menos de lo que es habitual, con el
consiguiente descenso de ventas.
La
explicación de Puig
y
Ribó, presidente
y
alcalde, parece lógica:
“Las
ciudades no se pueden diseñar a favor de los coches, sino de los
peatones, de los ciudadanos“.
Lo
que ocurre es que no fueron elegidos como diseñadores ni
como profetas, sino como gestores.
Lo
que ocurre es que como ambos son de índole nacionalista les
surge la vena
dictatorial, mediante
la que ellos deciden lo que está y está mal y no les importa
perjudicar a quien sea.
Por
supuesto que Valencia no está diseñada a favor de los coches,
puesto que en aquellos momentos todavía no se podían ni imaginar. Y
es bueno que las autoridades políticas se acuerden de que los
peatones existen. Pero
no se trata de educar a la gente, ni de hacerle ver lo bien que se
está sin coches, sino
de organizar las cosas de modo que los peatones puedan dedicarse a
contemplar fachadas, monumentos, escaparates o lo que quieran, con
comodidad y sin temor. Y
cruzar las calles sin miedo a que los atropellen. Para
ello no hay más que hacer que se cumplan las ordenanzas municipales
y el código de circulación. Y
aumentar la frecuencia de paso de autobuses y tranvías.
La
acera es el fundamento de la ciudad, lo que la hace amable. Sobre
todo, si se tiene en cuenta el clima de Valencia. En
la actualidad es un lugar tan peligroso como la calzada. El viandante
de nuestros días ya no puede disfrutar, sino transitar por ella y ha
de hacerlo procurando no ser atropellado. Con
la cantidad de ciclistas que circulan por las aceras y la velocidad a
la que van muchos, lo raro es que no haya más accidentes.
Pero
lo que se les ocurre a Puig y Ribó es celebrar el Día sin Coche.
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