martes, 30 de julio de 2019

Amigos aviesos

A veces la vida nos niega propiedades o amistades que perseguimos con denuedo y que no nos convienen. Pero, en realidad, no es la vida la que nos lo niega, porque se limita a transcurrir, sino la suerte, buena o mala.
Para ilustrar lo referente a las propiedades bastará con un ejemplo: Si Adolfo Suáréz hubiera sabido iba ser motivo para que sus descendientes riñeran no lo habría pedido ni aceptado.
Lo segundo es más fácil todavía. Hace referencia a dos ex amigos míos. Uno afectado de soberbia, pero que transmuta en ridículo servilismo según con quien. En el otro caso el desencadenante es el sectarismo. Con la pérdida de esas amistades, años ha, se me fueron también una serie de maleantes que les siguen, porque ambos son reyezuelos con súbditos obsecuentes y acríticos. Es una suerte grande haber perdido de vista a toda esa gente, a la que, no obstante, le deseo toda suerte de venturas, pero, eso sí, lejos de mí.
Cabría hablar también de los poetas. Por ejemplo, de los poetas. Algunos piensan que la poesía mejora a las personas. Y es cierto. Pero solo a las que ya eran buenas de antemano.
Todo el mundo sabe, y si no lo sabe se lo digo yo, que hay poetas buenísimos, o sea, que hacen o hicieron unos poemas muy bellos, unos poemas que nos hacen ponernos de pie, que nos erizan los cabellos, que nos llegan al alma, que nos impactan y nos conmueven, y que, sin embargo, son unos canallas redomados. No es necesario decir nombres, porque lo habrá habido siempre y los habrá.
¿Por qué esos que hablan de transformar el mundo, como si estuvieran capacitados para mejorarlo, no comienzan por darle más importancia a la bondad y destierran de sí la maldad?

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