Un profesor de filosofía hizo una
comparación intolerable, de forma pública, además, y con gran
ruido. Lo más probable es que el asunto llegue a los tribunales de
justicia, pero el síntoma es inquietante.
Si alguien que ha cursado los estudios de
filosofía y luego ha conseguido convertirse en profesor de la
materia lleva a cabo dichas actuaciones de forma pública, algo falla
en el sistema. Si la filosofía no sirve para que quienes cursan esta
disciplina aprendan a pensar con un mínimo de rigor, es que no se da
bien. Quienes fueron los profesores de esta persona y quienes
diseñaron los planes de estudio mediante los cuales accedió al
título, deberían plantearse muchas cosas, porque en estos tiempos
que corren al personal no le gusta responsabilizarse de la
consecuencia de sus actos o decisiones.
Los
responsables de que esta persona haya podido lograr un puesto en el
profesorado tampoco
deberían sentirse muy felices, ni desentenderse del caso.
Se
trata de alguien que se cree capaz de cambiar las costumbres
alimenticias que viene manteniendo la humanidad a lo largo de toda su
historia. ¿Cómo
es posible que tan peregrina idea pase por la cabeza de un profesor
de filosofía? ¿Se cree mejor que todos esos pensadores a los que ha
tenido que estudiar? ¿Los ha estudiado bien? ¿Se
cree capaz de transmitir los pensamientos de ellos a sus alumnos?
Esa
falta de humanidad que ha puesto de manifiesto, al reírse a su modo
del Holocausto, tampoco debería ser propia de un profesor de
filosofía, aunque otros del mismo ramo, en diferentes ocasiones y
por distintos motivos, también hayan demostrado esa carencia,
inquietante por demás, en cualquier ser humano.
El
Holocausto debería ser objeto de atención preferente en cualquier
ser humano, pero sobre todo en los del ramo de la filosofía, por
cuanto revela de todos nosotros sin excepción. El
hecho de que sea tratado de forma banal por alguno, refuerza esta
idea.
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