Estoy de acuerdo con aquellos que piensan
que la justicia española tiene más contemplaciones con los
delincuentes que con quienes protegen sus bienes o sus vidas. Es
decir, tengo la impresión de que si alguien entrara en mi casa a
robar, estando yo dentro, o me asaltara por la calle, tendría que
tener mucho cuidado al defenderme, en el caso de que fuera capaz de
hacerlo, porque podría ser yo quien acabara en la cárcel.
Comprendo que no puede haber barra libre,
sino que luego hay que poder justificar los hechos, pero creo que el
agredido debe de tener un margen. Quien inicia las hostilidades es el
otro, por tanto hay que partir de esa base.
Dicho esto, he de añadir que quienes
defienden esta postura, que creo que no son pocos, no deben servirse
de una mentira, o de una posverdad, para ganar adictos a la causa. Lo
que cualquier ser humano que se precie debería intentar evitar por
todos los medios es ser injusto. He dicho cualquier ser humano que se
precie, no Rufián, Torra, Calvo o Iglesias.
Cierto escritor de índole banal,
aficionado a echar migas a los patos, ha cogido el rábano por las
hojas, con el fin citado anteriormente, y seguramente por ello el
caso se ha convertido en mediático. Además, un partido político
aficionado a los golpes de efecto, también ha cogido el rábano por
las hojas, y ha iniciado una colecta.
Está bien que estas gentes defiendan una
causa, que seguramente es justa, y hagan colectas, pero para ello
deberían basarse en la verdad y no en ninguna posverdad.
Actuando de ese modo, la primera
perjudicada es la causa que defienden. Deberían haber leído la
sentencia antes de hablar. No les importa perjudicar el prestigio de
un juez, es decir, no les importa el prójimo. Y, en este caso, ¿por
qué se meten en política o se erigen en guardianes de las esencias?
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