domingo, 4 de mayo de 2014

A Goytisolo le indigna el hambre

Es bueno que a alguien le indigne el hambre. Pero Juan Goytisolo, en su artículo La fuerza del hambre, apunta hacia un blanco fácil, con lo cual da pie a pensar que no es que le indigne el hambre, sino que se sirve de ella para criticar a determinados estamentos sociales, sin aportar ninguna propuesta salvadora.
Efectivamente, el hambre es un problema muy grande, contra el que no hay fronteras que valgan. Por eso cabe hacer hincapié en que lo que genera el hambre masiva es la existencia de las fronteras. A un lado de ellas se puede vivir relativamente bien y al otro la vida puede ser imposible. La solución, entonces, sería derribar las fronteras; pero eso no se puede hacer sin más. Hay que ir paulatinamente. Además de las fronteras físicas, están las morales o culturales, que cuestan mucho más de derribar; y, por supuesto, las económicas.
Ahora bien, en estos tiempos que corren, no es que haya gentes que se nieguen a procurar la aproximación de los pueblos, es que abundan los que abogan por fomentar la diferencia y habilitar fronteras nuevas. Esto último nos da idea de que entre el género humano abundan el odio y el egoísmo, ingredientes necesarios para el sustento de cualquier nacionalismo.
Si hay tanto odio y tanto egoísmo en nuestra sociedad, ya no se puede culpar a la caída del muro de Berlín de hambre que sufre tanta gente, aparte de que antes de ese hecho ya la había en demasía.
Ese odio y ese egoísmo están presentes también en los mercados, que tanto critica Goytisolo, como si los mercados fueran cuatro orondos señores con frac y puro en la boca.
De modo que en lugar de fomentar el odio a los mercados, habría que incidir en que la solidaridad y la caridad entre las personas y los pueblos son requisitos necesarios para que los más vulnerables puedan tener alguna esperanza.

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