Los
presidentes de Alemania y Francia recogen ahora el fruto de su
imprevisión en los tiempos pasados cuando la Unión Europea era para
ellos un mercado en el que colocar sus productos.
Al
llegar el tiempo de las vacas flacas se han encontrado con la otra
cara de la moneda, que no les gusta tanto, y ya afloran en ellos las
tentaciones nacionalistas, tan contrarias al espíritu de la Unión.
Vistas
las cosas teniendo en cuenta la situación actual, parecen razonables
las posturas de ambos, pero si se tiene en cuenta la historia y se
piensa en los motivos por los que se ha llegado a la situación
actual, la conclusión a la que se llega es que sus actitudes son muy
egoístas. No se han dedicado a construir Europa, a inculcar en los
ciudadanos europeos la idea de la Unión, sino a llenar de productos
y cacharros alemanes y franceses los hogares griegos, búlgaros,
croatas, irlandeses, lituanos, etc.
No
se preocupaban por controlar lo que iba ocurriendo, sino que sólo
pensaban en vender y vender. En este sentido, también debieron ser
más cuidadosos a la hora de permitir la entrada de determinados
países, que quizá hicieron trampa a la hora de presentar las
pruebas que demostraban que cumplían los requisitos.
Tampoco
ahora, en los tiempos difíciles, dan la talla. La Unión Europea es
una necesidad para todos los países miembros y las soluciones que
hay que buscar deberían ser consensuadas y pactadas entre todos. Una
vez que Grecia está dentro de la Unión no se la puede echar ni
dejar caer, entre otras cosas, porque todos saldríamos perdiendo. Y
es injusto que se haga pagar a los griegos pobres la factura (los
griegos ricos se llevan su dinero).
Cerrar
los ojos a la realidad no lleva a nada bueno y la realidad dice que
la Unión Europea es neceria y hay que tomarla en serio.
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