En tiempo de Hitler, no ser nazi en
Alemania equivalía, prácticamente, a una sentencia de muerte. En
cualquier caso, la situación era peligrosa. Nada de ello impidió
que algunos alemanes se comportaran con una heroicidad difícil de
alcanzar para la inmensa mayoría y generalmente sin recompensa ni
reconocimiento.
En el País Vasco quienes se sitúan a
favor de las víctimas del terrorismo y en contra de ETA corren
riesgo de exclusión social. Durante decenios el riesgo ha sido mucho
mayor, pero ni punto de comparación con el de los alemanes del
periodo nazi. Por eso cabe considerar que los vascos que de forma
voluntaria o por cobardía son cómplices de ETA son peores que los
nazis. Del mismo modo se puede considerar a los catalanes que van
libreta en ristre tomando nota de los comercios que rotulan en
español para denunciarlos. Esos vascos y esos catalanes son peores
que los nazis, pero el resto de españoles no pueden echar las
campanas al vuelo por sentirse no afectados por la comparación,
puesto que no hay más que ver el sueldo que percibe Mónica Oltra y
el de Consuelo Ordóñez, por citar dos señoras que viven en
Valencia, y luego fijarse en la labor que hace cada una por los
españoles.
Si Consuelo Ordóñez recibiera de los
españoles el cariño que merece y Covite, la asociación que preside
de forma absolutamente modélica, no los mil suscriptores a diez
euros al mes, que necesita, sino un millón al menos, esos vascos
cobardes y dañinos tendrían que esforzarse por ser mejores personas
y ese etarra maldito, como todos los etarras, no habría conseguido
el permiso carcelario.
Del mismo modo que Alemania tuvo que
reconocer su error y hoy en día nadie presume de su pasado nazi,
también la sociedad vasca que ha amparado la brutalidad etarra
tendrá que lavar este pasado y reconocer ante las víctimas del
terrorismo su culpa.
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