Pedro
Solbes, que no desconoce su responsabilidad en esta crisis que tanto
mal está haciendo, trata de recuperar parte del crédito perdido
mediante su libro de memorias, en el que afirma que entregó un
documento a Zapatero, en el que le recomendaba una serie de medidas.
Añade
que el entonces presidente se opuso, porque de si le hiciera caso
tendría que soportar dos huelgas generales.
Y
Zapatero lo niega todo. Dice que no lo recuerda y que además no hay
constancia. ¿A quién creer? La verdad oficial está por un lado. En
el otro lado está la dificultad que supone imaginar que Solbes no se diera
cuenta de lo que nos venía encima. Se lo había explicado Manuel
Pizarro un año antes en el famoso debate público. Lo difícil es
que se atreviera a decírselo a Zapatero. Ya explicó Jordi Sevilla,
aunque es posible que se haya arrepentido después, que Zapatero no
deposita en nadie toda su confianza y que a quien ya no le complace
le castiga con el vacío. El famoso talante de Zapatero se vio
después, con el modo de actuar de la sustituta de Solbes. A ella
nadie le echa la culpa de la crisis, puesto que a fin de cuentas se
limitaba a complacer a su jefe. Más que limitarse a complacer, hacía
todo lo posible por complacerlo.
Solbes,
en su retiro, quizá observó todo aquello echándose las manos a la
cabeza con cada una de las medidas que tomaba el gobierno al que ya
no pertenecía. Pero no dijo nada. No se atrevió a decir nada.
Podría haber escrito un artículo en El País, o en cualquier otro
medio. Y ahora escribe un libro en el que dice: Yo no fui.
Pero
Zapatero lo tiene cogido por salva sea la parte y podrá demostrar
que Solbes no le dijo nada. Aunque sí le dijera.
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