La alcaldesa de Barcelona, que es casi
tan mala como el de Valencia, y Torrent, el braz tont del Parlament,
plantarán al Rey en el MWC.
El caso es que los dos son representantes
del Estado, y como tales cobran buenos sueldos, a los que no
renuncian bajo ningún concepto, porque una cosa es presumir de
antisistema o de odio a España, y otra muy distinta renunciar a
cobrar. El Rey es la máxima autoridad de ese Estado que les paga a
esos dos el sueldo que irrevocablemente se meten en el bolsillo, por
lo que si tuvieran algún resto de seso en el lugar en el que debe
estar se comportarían como debieron enseñarles sus padres cuando
eran niños. Cabe la posibilidad de que no lo hicieran, e incluso no
sería extraño que se diera este caso.
Una vez asumido que ese habitual en ambos
incumplimiento de sus obligaciones la realidad es que seguramente el
Rey respirará aliviado por el hecho de no tenerles que dar la mano.
Yo en su lugar estaría contento. Porque esta es otra de las
cuestiones que no hay que perder de vista, por mucho que al Rey le
repugne, en el supuesto de que le repugne, tener que darle la mano a
esa nefasta alcaldesa de Barcelona, se la daría. El Rey sí que
cumpliría con su obligación, como la cumplió el 3 de octubre con
aquel discurso que resultó tan eficaz para defender los intereses de
los demócratas españoles, que habían sido vilmente atacados por
los antidemócratas.
Gracias al Rey los demócratas gozamos de
una tranquilidad que estuvimos a punto de perder por culpa de algunos
políticos que no merecen ese nombre, ni esa ocupación. La política
es, teóricamente, el más noble de los cometidos, porque se refiere
al cuidado de las cosas de todos, y últimamente se ha visto inundada
por sujetos de la calaña de los dos citados.
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