Uno de los artículos un tanto ñoños de
la Constitución dice que las penas de cárcel han de estar
orientadas a la reinserción. Ha hecho mucho daño, aunque El País,
en un lamentable Editorial, lo reivindique.
No se puede reinsertar a nadie sin contar
con el propio interesado y, por otro lado, la cadena perpetua habría
evitado muchos atentados etarras y nos habría evitado muchos
episodios vergonzosos, como la ‘huelga de hambre’ de De Juana.
Quizá ni siquiera hubiera sido necesaria la dispersión de los
presos etarras, porque una vez encerrados de por vida su utilidad
para la banda habría sido nula.
El buenismo, no cabe duda, es una de las
múltiples formas de hacer el mal.
Pero cuando se presentó la prisión
permanente revisable, si no recuerdo mal, UPyD y Covite se opusieron
porque consideraban más apropiada una ley anterior que exigía el
cumplimiento íntegro de las penas. Esta ley aparentemente más dura
podría significar en la práctica una suavización de la anterior.
Las apariencias a veces engañan y ahora
hay una pugna o debate sobre lo que parece esta ley y no sobre lo que
realmente es. Al mismo tiempo, se detecta en algunos el deseo de
parecer más humanos que nadie, menos crueles, cuando lo que ocurre,
en realidad es lo contrario. La humanidad hay que tenerla con las
víctimas y a éstas hay que decirles la verdad y no hacerles creer
lo que no es.
Quienes delinquen, matan en este caso, ya
saben de antemano que su acto tendrá consecuencias y si saber eso no
les frena sólo queda aplicar la ley, que no tiene por qué ser dura
ni blanda, sino justa y con la finalidad de prevenir y evitar nuevos
delitos. Si con posterioridad el delincuente recapacita y se
arrepiente, lo que no suele ocurrir en el caso de los peores
asesinos, los mecanismos para resolver este caso deben ser muy
exigentes y no estar al alcance del primero que los invoque.
No hay comentarios:
Publicar un comentario