Cabe la posibilidad, y no me extrañaría
nada que fuera así, de que este señorito que pasea su soberbia por
la cárcel de Estremera, no haya dado un palo al agua en toda su
vida, sino que se haya dedicado a vivir del erario a cambio de
organizar desórdenes y revueltas cada vez que les conviniera a los
gobernantes catalanistas.
Dicen que se cree superior a los demás,
por haber nacido en Cataluña y ser catalanista, porque según su
doctrina no todos los nacidos en Cataluña son superiores al resto de
los mortales, sino que hay que ser también catalanista, o sea, como
una suerte de vocación que sólo tienen los señalados por el
espíritu santo, como Junqueras, Rahola, Puigdemont, o el mismo
Sánchez, por ejemplo. Ya se ve que el espíritu santo se esmera.
Pero a la vista de los citados elementos,
unos están en la cárcel, otros se pasan la vida gritando enfadados
y otros se han fugado de forma cobarde, no está muy claro que
merezca la pena ser superior.
Además, dicen las crónicas que a
Sánchez lo castigan mucho en la cárcel, porque no se porta bien y
tampoco ninguno de los otros presos quiere estar con él, porque no
aguantan su tabarra, no soportan sus modales, no les gusta ver su
cara. Esa manera de ser superior que tiene este Sánchez se conoce
que sólo gusta a los que, como él, también son superiores, pero no
con una superioridad cualquiera, como la de Santa Teresa de Ávila,
que sin atreverse a pensar, porque era mujer, entró en el Siglo de
Oro, o como El Cid Campeador, que jamás perdió una batalla. Esos
tienen una superioridad más superior, tanta que hasta los
funcionarios de la cárcel están abrumados, sienten que tienen una
responsabilidad muy grande por tenerlo allí y están deseando que lo
indulten o que lo ayuden a escapar y perderlo de vista para siempre.
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