Lo ha hecho un elemento, como si se le
hubiera caído la foto sin querer, en un lugar en el que previamente
se habían colocado unas brasas. Casualmente, el citado elemento
estaba dando la noticia de que quemar la foto del Rey no es delito.
Lo que no cabe en la sesera de ese
elemento, porque debe de estar llena de serrín, es que quemar la
foto del Rey no es delito, según la sentencia de ese tribunal, con
la que particularmente no estoy de acuerdo, pero es de muy mal gusto
y propio de un malasombra.
Tampoco se gana nada quemando la foto de
Puigdemont, lo que ha de hacer este individuo es reconocer el daño
causado y ponerse en manos de la justicia.
Quemar la foto del Rey en 2018 no es lo
mismo que si se hubiera hecho en 1980 o 1985. En aquel tiempo habría
sido obra de algún grupo reducido de gente, o incluso una acción
individual. En las circunstancias actuales es muy diferente. Hoy en
día el Rey es el dique más fuerte que hay contra la indecencia, es
decir, contra las actitudes desleales, traidoras e incívicas. De eso
se han dado cuenta los desleales, traidores e incívicos y tratan por
todos los medios de desacreditar al Rey.
Fue magistral su discurso del 3 de
octubre, ninguno de los que le atacan de modo perverso y bajuno, como
es el caso del elemento este, podrá hacer jamás algo de esa
magnitud. Ninguno de esos botarates le llega a la suela del zapato al
Rey.
Que alguien quiera comparar a ese bufón
de circo barato en que se ha convertido Puigdemont con el hombre de
Estado que ha demostrado ser Felipe VI es risible por ridículo. La
gente que está a la altura de Puigdemont aún nos ha de deparar
muchos momentos para la vergüenza.
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'Diario de un escritor naíf'
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