O más lejos. Lo de estar en Babia
siempre que ocurre algo importante, tan propio de reyes o pastores
leoneses, no va con nuestro ministro Astronauta, ese florero tan
vistoso que se procuró Sánchez, caudaloso en trampas.
Nuestro florero Astronauta tiene más
posibilidades. Puede soñar con el espacio, con las estrellas o quizá
con alguna extraterrestre de largos cabellos y dedos de terciopelo.
Pobre Astronauta nuestro. Él, que es de tan altos vuelos, está
sometido a los designios de un tipo rastrero, mentiroso y gilipollas.
Pero es lo que hay, si quiere ser ministro ha de obedecer.
Y mientras está en las nubes, o en donde
le haya ordenado Sánchez, ese elemento que es más peligroso que
Drácula en sus horas de actividad, en las universidades públicas
catalanas sucede algo que es totalmente opuesto a lo que debería ser
el espíritu universitario, mientras los rectores muestran al mundo
la insignificancia de sus convicciones y el desdén que sienten por
los alumnos a los que dejan despeñarse por la irrelevancia de sus
pensamientos y de la ineficiencia en el arte de discurrir.
La universidad, que pagan todos los
ciudadanos y es en donde se cuece el futuro del país, debería
enseñar a los estudiantes a navegar sin ayuda por los peligrosos
mares del pensamiento y a dudar de todo y a investigar continuamente.
Nada de eso sucede. A los niños y adolescentes españoles se les
cuentan mentiras y lo hacen los mismos que deberían enseñarlos a
buscar la verdad, se les dicta el pensamiento políticamente correcto
y se les muestran las consecuencias de no asumirlo a rajatabla. Eso
es en toda España, o sea que si ellos se dejan, nuestro futuro es
crítico. Pero en los lugares en los que reina el nacionalismo, los
alumnos son carne de psiquiatra. El adoctrinamiento que reciben no
augura nada bueno.
Y a todo esto, ¿qué dice el Astronauta?
Pues a lo mejor, no está en las nubes, sino tocando el arpa.
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