Ha aparecido en Barcelona al menos un
cartel pidiendo la libertad de Rodrigo Lanza. Y es que en esa bella
ciudad que antaño iba lanzada, con el apoyo de todos los españoles,
a convertirse en la capital del mundo las cosas andan un tanto
desquiciadas últimamente.
Se pasan ahora todo el tiempo hablando de
democracia y no saben que uno de sus pilares fundamentales es la
justicia. Si realmente les importara tanto la democracia darían todo
su respaldo a la justicia. Y en sus manos está el, por ahora,
presunto asesino.
Los nacionalistas destruyen todo lo que
tocan. Los catalanes presumen de que no son iguales que los vascos,
que en Cataluña no podría existir una banda como ETA. Pues se
equivocan. No hay más que ver la cantidad de adhesiones de que
disfruta Otegui cada vez que visita Cataluña. O de recordar a Terra
Lliure, algunos de cuyos componentes están en las listas
electorales, en las que incluso puede que haya alguien que estuvo en
la cárcel condenado por asesinato.
El nacionalismo es igual en todas partes,
lo mismo da que sea vasco, catalán, valenciano o de cualquier otro
lugar. Los delirios de grandeza, las manías persecutorias, los
agravios históricos o recientes son los mismos. Siempre emplea la
violencia, física o moral, porque no acepta opiniones contrarias a
las suyas, siempre trata de vencer por avasallamiento, porque quien
no se someta ya conoce las consecuencias, y quienes no se someten las
sufren.
Mariana Huidobro, la madre de Rodrigo
Lanza, teme que su hijo sufra trastornos psicológicos irreversibles,
pero por la misma regla de tres podría haber pensado que si está el
tiempo suficiente se cure de los que haya podido adquirir conviviendo
con ella, porque a la vista de su historial mucho bien no le ha
hecho.
También hay que convenir en que, por lo
común, quien se infecta de nacionalismo no tiene cura.
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