domingo, 14 de febrero de 2021

Alfonso Guerra y los catalanes

 

En los tiempos en que Alfonso Guerra atesoraba mucho poder ya existían los hagiógrafos, no sólo porque los pelotas surgen como las setas en cuanto caen cuatro gotas, sino también por ese embobamiento casi general que produjo la llegada del PSOE al poder. Se alababa su inteligencia, cosa que a Jorge Semprún le daba mucha risa, y cualquier apreciación suya era tenida como muy sagaz.

Así pues, él comentó que cuando recibía a empresarios catalanes, los atendía de uno en uno, porque todos juntos hacían piña. En cambio, a los valencianos los hacía pasar a todos a la vez, porque discutían entre ellos.

Esa es una idea banal, que, sin embargo, adoptó como suya Felipe González, otro ‘genio’. No valencianicéis el asunto, suele decir.

Cualquier persona que tenga dos dedos de frente, no hace falta más, se da cuenta de que lo normal es lo de los valencianos, es decir, que cada cual tenga su propia opinión y que la defienda en dónde sea, siempre de modo civilizado e inteligente.

Los catalanes sufren un fuerte impulso autodestructivo. Se unen para hundirse todos juntos. Celebran derrotas, y si no las hay se las inventan, como la de 1714. Homenajean hasta el paroxismo a quienes, como Pompeyo Fabra, les han abierto caminos hacia su perdición, o como Juan Fuster, de Sueca, antiguo falangista, les hacen la pelota, reforzando con ello su tendencia autodestructiva, para obtener reconocimiento.

Hoy se verá que los catalanes votan masivamente a quienes más daño quieren hacerles y reciben a pedradas o con indiferencia a los demócratas.

Los catalanes veneran a quienes les llevan a la ruina y desprecian e insultan a los que les quieren ayudar.

Por supuesto que ‘por los catalanes’ me refiero a esa parte de ellos en la que se dan las circunstancias que cito, pero es que son los que llevan la voz cantante, los que se imponen a los demás, los que procuran la ruina de eso que dicen que es su patria.


No hay comentarios: