En
un artículo publicado hoy en Enfoques, Vicenç Navarro sostiene que
lo interesa a los empresarios es el poder. Y yo creo que ha llegado a
esa conclusión de forma apresurada.
En
España abundan los que adoran al poder, no sólo los empresarios
profesan esta religión, por llamarla de algún modo. Este culto al
poder no sólo distorsiona el normal discurrir de las cosas, sino que
hace que los españoles no seamos tan demócratas como nos creemos.
Claro
que la función de la empresa es ganar dinero. Y son los políticos
los encargados de establecer las reglas de juego para que la
actividad empresarial repercuta en beneficio de la sociedad.
A
los empresarios les interesa el dinero, es lógico. Lo que ocurre es
que los hay que tienen tanto, y a tan buen recaudo, que ha dejado de
ser su primera preocupación. Incluso aunque se vean obligados a
cerrar la empresa, ellos seguirán siendo unos potentados. Tampoco la
empresa es su primera preocupación. Y veneran al poder, como muchos
de sus empleados.
Hay
empresarios, cuyas empresas funcionan muy bien, que pretenden dar
lecciones al mundo. Y fracasan. Porque la fórmula que sirve para su
empresa no funciona en el campo de la política.
Los
empresarios tienen más poder que los ciudadanos de a pie. Y el poder
tiende a corromper. Es decir, estos empresarios que se atreven a dar
lecciones a los demás son prepotentes en aquellos casos en los que
pueden serlo. Y la prepotencia no puede funcionar en política, como
vamos comprobando, y a la larga acaba por hundir a las empresas que
se gestionan así.
Los
empresarios españoles, en realidad, van a remolque. Tampoco ven
clara la situación, ni saben cuál es el modo de salir de la
catástrofe en la que estamos. Tratan de sobrevivir como pueden. Y en
medio de todo este desbarajuste hay unos pocos que ganan. Me refiero
a los psicópatas, o a los que actúan como ellos.
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